Los rodeos:
fundamento de la topografía literaria
En su libro La inquietud que atraviesa el rio, el
filósofo Hans Blumenberg analiza la metáfora del naufragio y su afección a la
literatura y la cultura. Encuentro allí el apartado Algo así como el orden
del mundo, un artículo de apenas una página titulado Rodeos,
que comienza, a mi parecer, con una afirmación rotunda: «Sólo podemos existir
si tomamos rodeos».
Tal afirmación busca su fundamento en la lógica y en la
geometría. Entre dos puntos, uno de origen y uno de destino, sólo hay un camino
más corto. La geometría euclidiana diría que ese camino es una línea recta. No
hace tanto que Einstein nos advertía de que el universo es curvo y, por tanto,
el camino más recto no es la línea recta. Da igual, para el caso es lo mismo. Lo
que viene a sugerir Blumenberg es que si todos tomáramos el camino más corto
sólo llegaría uno de nosotros, pues sólo existe un camino más corto. Por el
contrario, existen infinitos rodeos.
El existencialismo facilitó la coartada de tomar ese camino
corto (el suicidio) como modo de salir de la existencia desacreditada. Dado que
la vida no tiene sentido, pues posee la certidumbre de su propio fin, libres
son aquellos que deciden dejar el camino. Pero ya sabemos que los
existencialistas, con Sartre a la cabeza, decían cosas que no se aplicaban a
ellos mismos. El hombre contra la Naturaleza, de la que Musil dijo «que escoge
siempre la ley de los caminos no directos».
Y aquí vendría lo bueno. Porque Blumenberg relaciona esos
rodeos con la cultura, de modo que pone en valor ésta como motivadora del
sentido vital. Y añade: «La cultura consiste en el hallazgo y la disposición,
la descripción y el encarecimiento, la revalorización y la recompensación de
los rodeos». De este modo, me parece, Blumenberg entroniza a la cultura como el
aspecto determinante para la existencia, pues toma el sentido de esas
búsquedas, del manejo y el relato de ese viaje que es rodeo.
Por un lado, la razón nos instruye sobre la idoneidad de ir
rectos al final de nuestro destino, desdeñar el paisaje a derecha e izquierda
de nuestra ruta. Sin embargo, como ya nos lo dejó claro el Dante, la vida
verdadera la encontraremos en la «diritta via smarrita», en el sendero
extraviado, en la salida de ruta y el deambular sin rumbo. En definitiva, el
paseo ocioso como lo quería Robert Walser. No en vano, la decisión de Walser de
encerrarse en un manicomio no deja de ser un tipo de rodeo ante la vida elevada
y pública para recluirse en «las regiones inferiores», donde aseguraba sólo
podía respirar.
«La cultura —dice Blumenberg— tiene el aspecto de la
racionalidad deficiente». Lo lógico es ir derecho, pero lo humano (lo cultural
humano) es desviarse y demorarse en el camino. Lo
oculto y lo atrevido. Si no, acordémonos de Ulises, el primer personaje
literario que hizo del rodeo su valor vital. Si el héroe de Troya hubiera
regresado en vuelo directo a Ítaca, nada de su historia habría interesado a
Homero. Y no seamos ingenuos, Ulises no se vio forzado a su odisea por el
destino o por los dioses; de algún modo lo eligió, decidió demorarse por ver
qué pasaba. Suena un poco a aquello de Pessoa, «viajar, perder países». Tanto o
más irracional que el de Ulises es el viaje de Alonso Quijano que, convertido
en Don Quijote, sale a dar un rodeo por el mundo fundando la novela moderna.
Como el rey Pirro, Quijano se emancipa de la línea recta de su aburrida vida en
casa para poner en práctica lo que había aprendido en los libros.
Y esa lógica irracionalidad, según Blumenberg, nos advierte
(¿nos amenaza?) de que lo lateral del camino, los contornos, los aledaños son
superfluos, irracionales. Por eso la cultura abreva en las fuentes de lo irracional,
de lo superfluo y de lo innecesario. Lo más humano es esa sinrazón, esa antigeometría.
¿Qué hay menos interesante que la realidad, ese camino recto de la vigilia y de
lo aparentemente verosímil? Lo dijo Nabokov: «La realidad está sobrevalorada».
Así que no queda otra, me parece. Hemos de configurar la existencia,
lo humano, con esos dos elementos: los rodeos y la cultura. «Son los rodeos los
que dan a la cultura la función de humanizar la vida», añade Blumenberg. Es
decir, el viaje y el extravío llenan la vida de toda persona. La cultura, su
estimación y su deleite son la índole que diferencia a los hombres de los
animales. Sin cultura, sin cultivo del trayecto, los humanos nos restringimos a
lo natural, a la piedra, al árbol, a las montañas. Bellas, no lo niego, pero inertes
sin la mirada del poeta.
Es el individuo quien crea su camino. Según Blumenberg, «para
nosotros sólo son dignas de conocer las particularidades de los individuos.
Incluso las existencias inventadas de la literatura épica son, adicionalmente a
las memorias, y las biografías, aprovechamientos topográficos de rodeos
fácticamente desaprovechados o no descritos como tales».
La literatura es rodeo y genera rodeos. Los viajes de la
ficción, como descubre Blumenberg, son potenciales topografías no recorridas
por la realidad (para los creyentes, no realizadas por Dios) y, por tanto, el
escritor indaga en lo que pudo ser y no sólo en lo que ha sido, lo factual, lo
comprobado. Toda creación literaria —y por alcance, cultural: pintura, música—es
un viaje superfluo y alternativo, pero el viaje más humano. Me acuerdo de Canetti
que dijo también algo al respecto: «Las intuiciones de los escritores son las
aventuras olvidadas de Dios».
Algo parecido —o lo mismo— encontramos en Blanchot. A
propósito del infinito literario, en El libro por venir, el autor
francés nos habla de la imaginación como alternativa de lo real: «La literatura
no es un simple engaño, sino el peligroso poder de ir hacia lo que es a través
de la infinita multiplicidad de lo imaginario». Añade que hay menos realidad en
lo real, al no ser ésta sino la realidad negada. Es ese déficit lo que nos
permite ir de un lugar a otro mediante la línea recta. Son los rodeos que tomamos
en la literatura (en la imaginación) «lo que impide que K. llegue alguna vez al
Castillo, lo mismo que le impide, para toda la eternidad, a Aquiles alcanzar a
la tortuga y quizá al hombre vivo alcanzarse a sí mismo en un punto que
tornaría su muerte totalmente humana y, por consiguiente, invisible».
Me parece que todo ha quedado más claro. Se trata de buscar
otro camino que no sea el recto, un camino que permita el hallazgo. La Odisea
de Homero, La comedia de Dante, El Quijote, Hamlet, En busca
del tiempo perdido, el Ulises de Joyce, La montaña mágica, son
rodeos a la existencia recta que conduce a la muerte.