viernes, 12 de julio de 2024

 


Robert Walser y los huecos en el ladrillo

 

A propósito de Diario de 1926

 

                «Los escritores de hoy aterrorizan a los lectores con sus aburridos ladrillos», le dijo una vez Robert Walser a su amigo y tutor, Carl Seelig. Esto lo dijo Walser casi un siglo, aunque la literatura de hoy no deja de aguantar ladrillos de todo tipo. Pero dejemos eso por el momento.

                Desde luego este Diario de 1926 es todo menos un ladrillo. Más bien es un ornamento, una digresión total, la figuración ligera de un yo en movimiento. O para seguir con la metáfora, Walser, en este librito que es un edificio en miniatura, se convierte en arquitecto, aunque él preferiría ser albañil por aquello de las “regiones inferiores”. En este libro de apenas 75 páginas encontramos una exposición de la poética walseriana con sus reflexiones teóricas, sus tesis y antítesis y las más inesperadas conclusiones. Me ha parecido ver toda esa carga conceptual expresada, paradójicamente, como al descuido, sin ninguna veneración. Y es que Walser es la máxima expresión de lo ligero, aquello que años más tarde reivindicara Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio.

                Este librito mínimo son en verdad los huecos del ladrillo, el aire que lo atraviesa y lo convierte en materia portátil como un alma literaria. No trato de decir nada nuevo de Walser pues otros más autorizados han dicho ya casi todo. Me quedo con mi lectura de este libro minúsculo. Todas las citas de este artículo las he hallado en los huecos de este ladrillo ligero que es Diario de 1926 (Traducción de Juan de Sola y editado por La uña rota).

                Se ha dicho que Robert Walser es uno de esos escritores que parece ponerse a escribir sin propósito alguno. Es cierto que es autor de varias novelas (Jacob von Gunten, Los hermanos Tanner, El ayudante y otras) y de poemas, pero también conocemos su pasión por esos escritos minúsculos —microgramas— que escribía en papeles de todo tipo, servilletas, prospectos o páginas de calendarios viejos.

                Este es el caso de Diario de 1926. Se trata de un texto cuyo manuscrito fue hallado en el reverso de un calendario de 1926 y que, más tarde, el autor había pasado a limpio con la intención de publicarlo. Sin embargo, dicen los editores, esto no sucedió pues un año más tarde el escritor ingresó en el sanatorio donde pasaría los últimos 28 años de vida.

                Diario de 1926 no es en verdad un diario. El propio autor nos confiesa al comienzo que bien podría haberlo llamado dietario y que su intención es, más bien, «escribir estas líneas de la manera más simple posible, es decir, sin la menor afectación».

                Se conoce bien la afición de Walser por los paseos (uno de sus libros de titula así, El paseo) y por el deambular sin motivo concreto excepto observar la vida y encontrar experiencias para llevarlas después a sus ficciones. Walser fue hallado muerto sobre la nieve durante un paseo por el campo aledaño al sanatorio alpino de Herisau. Así comienza su texto: «Hoy he dado un agradable paseíto, breve, mínimo y sin alejarme demasiado…», con el fin de ponerse a pensar sobre lo que escribiría más tarde. Bien podría haber sido este el inicio escrito el día de su muerte sobre la nieve.

                Paseo y escritura son dos actividades que se han ensamblado bien en la literatura. Rousseau, Stevenson, Sebald han hecho del paseo y el deambular un género literario que aún utilizan grandes escritores contemporáneos. En Walser el paseo es una forma de alegría y de inspiración. Su prosa parece más bien el propio pensamiento ejecutado durante el paseo y que se haya transferido al papel de modo misterioso, sin intervención manual. Son textos ligeros, sin aparente carga conceptual, que parecen más bien el aire que traspasa el ladrillo, que le da robustez y una estructura profunda.

                «Encuentro, por ejemplo, que la escritura corre pareja a la vida; se entrevera con ella; y a mi modo de ver cumple que así sea y así es como debe ser». Pareciera que Walser se adscribiera a aquellas Figuraciones del yo en la narrativa que analizara tan bien José María Pozuelo Yvancos a propósito de las obras de Javier Marías y de Enrique Vila-Matas. Walser se mueve en un terreno «que es mío y de nadie más… y me apoyo solo en lo que he conocido por mí mismo». Pero cuidado, nada más lejos de ese tan denostado género de la autoficción, pues el autor suizo inventa más que habla. Y así lo declara: «El héroe de un producto literario de auténtico valor no puede comportarse de tal modo que en todo lo que hace o dice se le confunda permanentemente con el autor».

                En este librito (y en toda su obra) hay narración, pero también reflexión ensayística, digresión teórica y fantasía de lo real. Walser se declara amigo de la apropiación y de la intertextualidad.  «Adquirí la costumbre de leer primero y estudiar estos libritos con ahínco, e inmediatamente después sonsacar de todo lo leído una historia propia». Es lo que llama arrancar y desplumar de creaciones ajenas motivos para escribir.

                Tampoco Walser le hace ascos a algo tan moderno como las constricciones, como si se integrara al OULIPO de Raymond Queneau y, en concreto, a las prácticas perecquianas. Dice que «imponerse una constricción determinada me parece sin más razonable». Perec, miembro destacado del grupo, escribió un libro entero poniéndose como “constricción” la ausencia de la letra e. Walser se impone —quizá de modo paradójico— conferir a su expresión de una «estructura de lo más agradable y amena» y, sin embargo, llega a la verdad más profunda.

                Así es que, como vamos viendo, no todo es simple y ameno en la escritura de Walser. En ocasiones se para y se interpela así mismo, como hacía Montaigne en sus Ensayos. «Soy yo, el que, a manera de un crítico, me doy amigablemente unas palmaditas en el hombro». Y antes llega a exclamar, «¡Pero no teorices tanto y vuelve por estos cerros!». Este falso diario, ladrillo minúsculo, lo va traspasando Walser de agujeros que son, en verdad, recursos de su poética narrativa.

                Y aunque en algún momento se declara atascado y en el dique seco, lo hace en la mayor de las felicidades pues considera que el hombre que escribe lo hace con la máxima seguridad si lo lleva a cabo «con alegría y de buena gana», como aquello que decía Flaubert de que para escribir «hay que hacerlo con una cierta alacridad». Esta alegría del narrar de Walser es lo que le hacía reír a carcajada limpia a Kafka cuando leía en voz alta pasajes del Jakob von Gunten y sus lamentos sobre lo poco que se aprendía en el Instituto Benjamenta.

                Walser es alegre, festivo, ligero y portátil, —lo contrario de todo ladrillo— pero a la vez niega la prosa «fácil y evidente» que, según cuenta en este diario, le pidió un día un amigo que decía no entender sus escritos. Porque nada más lejano en la escritura de Walser que lo desmañado, pues es consciente de estar haciendo arte literario y, por mor de la legibilidad y del buen gusto, [puede que] «realice alguna que otra modificación relativa al tiempo y al espacio». Esto no es escritura realista, me parece a mí porque Walser se aparta de la realidad y de la simple crónica de un yo autoral. Para él «la irrealidad aparente tiene más importancia, es decir, es mucho más real que eso que tanto se elogia y glorifica y que de hecho existe y llamamos realidad».

                Y, si bien, rechaza la escritura del yo no niega cierto egocentrismo pues «en cuanto al reproche de egocentrismo estoy muy tranquilo pues creo que rehuir el YO y todo lo relacionado con él sería un signo de mezquindad y flaqueza», pues no deja de ser en rigor «un fenómeno de naturaleza moral».

Publicada en Café Montaigne julio 2024

 


Hazte quien eres

Jorge Freire

Ediciones Deusto, 2022

165 páginas

 

                Uno de los aciertos de este libro—y adelanto que tiene muchos— es el subtítulo asignado, pues nada le viene mejor a su propuesta en estos tiempos de tribulación que un código de costumbres con el cual aderezar nuestro paso por la existencia.

                El libro del joven filósofo Freire ha llegado a mis manos tras haber leído (y reseñado) su última obra La banalidad del bien (Páginas de Espuma, 2024) y haber tirado del hilo de obras anteriores del perspicaz autor. Si en La banalidad del bien ponía en solfa la trivialización de comportamientos ciudadanos como la disrupción, la volatilidad y el exhibicionismo, en Hazte quien eres propone Freire, con sabiduría y humor, desmantelar ciertos mitos como la identidad, la repetición y el mal entendido consenso.

                Otro acierto de este libro es su forma de código. El índice de la obra se convierte en una especie de Tablas de la ley, en un Código de Hammurabi o en recomendable estatuto de vida virtuosa. Si el Ministerio de Educación tuviera dos dedos de frente haría clavar el sumario del libro en los tablones de anuncios de todas las escuelas públicas.

                Pero antes de hablar del libro que nos convoca he de decir que Jorge Freire es un humanista; es un joven filósofo, sí, pero también escritor, divulgador cultural, crítico social y columnista en prensa. Freire comparte atributos y talante con un puñado de filósofos y profesores contemporáneos donde estarían Javier Gomá, Juan Arnau, Gregorio Luri y algunos más que, con perdón, olvido mencionar. Como todos estos, Freire recoge una tradición de pensamiento crítico fundamentada en lecturas e interpretaciones heterodoxas, desde la fuente socrática hasta el escepticismo nietzschiano.

                He mencionado antes la solicitud del índice de la obra como código de virtudes. Y es que la sola enumeración del contenido puede servir al avisado lector ciudadano como un breviario de comportamiento. Cincela el carácter, Ten coraje, Sé aquello que deseas parecer, Incendia lo que veneraste, Desconfía del consenso, No desconectes, Cultívate, Impón tu suerte…, son algunas de las consignas que nos da el autor para llevar una vida virtuosa y acrisolar el carácter.

                «Este ensayo—nos dice Freire—, escrito en vocativo, se compone de mandamientos. Son, ante todo, sugerencias de amigo. Conforman mi código de buenas costumbres y a mí, sobra decirlo, me van bien. Quizá a ti no».

                Cuidado, la obra de Freire no es un manual de autoayuda, aunque pueda parecerlo. No lo es por una sencilla razón. En ningún momento nos dice el autor que siguiendo este código personal vayamos a reconvertirnos en mejores personas ni en ínclitos ciudadanos. El capítulo IV lo deja muy claro: Confía sin fiarte. Del dictum aristotélico hasta la aparente paradoja «confiar sin fiarse significa, más bien, ser consciente de tus propias fuerzas».

                Algo parecido escribió el poeta Robert Walser: «No tengo mucha confianza en mí mismo, pero creo en mi persona». Y Freire nos cita a Ortega por si las moscas: «Si no tenemos confianza en nosotros, todo se habrá perdido. Si tenemos demasiada, no encontraremos cosa de provecho. Confiar, pues, sin fiarse.»

                Y ese mismo “no fiarse” debemos aplicarlo a toda admonición y mandato. Tomar de los clásicos aquello que nos vale y mejora, sin excesivo entusiasmo pues deviene en estupidez. Cultivarnos según nuestro carácter y perspectivas desconfiando de los expertos. Apasionarse en lo personal y no en el criterio adocenado. Leer todo lo que uno pueda sin convertirse en fetichista de los libros y como dijo Voltaire, apunta Freire, «cojo lo bueno para mí donde lo encuentro».

                Ya ven, un libro sin desperdicio, una joya de la inteligencia y de la alegría vital. Nos aporta criterio, virtudes de nuestros clásicos, un toque de escepticismo y una toma de posición. Este es el código de costumbres de Jorge Freire y, como él mismo dice, podemos configurar el nuestro personalizado. Pero hagámoslo con valentía, con juicio, con cultura y con libertad. Huyamos de las multitudes iletradas y arrebañadas, impongamos nuestra suerte adquiriendo las virtudes apropiadas. Creemos nuestro código propio y tiremos para adelante.

                Con todo lo dicho hasta ahora pareciera que el libro de Freire es un texto sesudo, académico y profesoral. Y nada más lejos de la verdad. Freire es un tipo que, se ve, conoce mucho pero también sabe transmitirlo con alegría y amenidad. Freire nos diría lo mismo que dice en el libro en una terraza al fresco tomando unas birras. Su vocabulario ensarta con sutileza y dominio tanto la competencia coloquial y profana como el cultismo más acendrado, en una especie de pincho moruno lingüístico que impele al lector a llenar sus alforjas de útiles términos y conceptos. No en vano el propio Freire se ha denominado a sí mismo “soldado de la RAE” por su activismo en usar el más acendrado lenguaje.

                Lean este magnífico ensayo aquellos interesados en hacerse quienes son siguiendo el dictado del griego Píndaro y aquellos que dudan del discurso falso y manido de nuestro tiempo y pretenden crearse el hábito de la virtud. Y, recuerden, peguen el sumario de este libro en el salpicadero del coche, frente la taza del inodoro o sobre la pantalla de su ordenador y sigan las sugerencias/mandamientos del amigo Freire.

Publicada en Entreletras junio 2024

  Nocturne de Gibraltar Autor: Gennaro Serio Editorial: Éditions L’orma, 2024                   Esta no va a ser una reseña al uso, lo advie...