Les contaré una historia caída del cielo. Sí, del cielo, por qué no. Al libro del que voy a hablarles le ha denominado su autor, José Manuel Fajardo, un OLNI (Objeto Literario No Identificado). Por eso es un objeto caído del cielo, o, mejor, de la estratosfera. Se preguntarán por qué.
Imaginen
que ese objeto se acerca a ustedes, como un meteorito, desde arriba y va tomando
definición y, claro, en un instante les cae en las manos y ven, sorprendidos,
que el objeto es un libro. ¿se lo esperaban? No neguemos que cada vez más un
libro (uno bueno) puede ser tan insólito como un meteorito. Pero el libro de
Fajardo toma forma en sus manos, lo abren, ven su título, Odio y que se
publicó hace unos meses (Fondo de Cultura Económica) y que un año antes se
había publicado en Francia, donde el autor ha vivido quince años. Voilà!
Mi
intención es hablar de ese libro-meteorito, pero les apuntaré algunos detalles
del autor. Este nuevo libro ha roto una etapa de inactividad novelística de
diez años, aunque Fajardo (Granada, 1957) ha seguido su actividad como
periodista y como traductor. Y ha organizado festivales literarios tanto en
Europa como en Hispanoamérica. Su carrera es larga. Obtuvo el Premio
Internacional de Periodismo Rey Juan Carlos en 1992 y ha recibido varios
premios por su obra literaria tanto en España como en Francia. Ha publicado
varias novelas (Carta del fin del mundo, El converso, Una belleza convulsa,
Mi nombre es Jamaica) y libros de relatos.
Y
ahora sí, ahora hablemos de Odio.
Como
les decía al principio ese objeto era algo raro. Su título es “raro”, cuando
menos inesperado. Corto, contundente, explícito. Y sí, es lo que imaginan,
habla del odio, de esa emoción que inunda el mundo desde siempre. Habla de la
intolerancia, de cómo los individuos normales pueden llegar a despreciar a sus
semejantes, a los otros diferentes.
No
vamos a ponderar las virtudes antropológicas ni las sociales ni la pertinencia
de su mirada crítica sobre un problema suficientemente conocido. La radical
vigencia de esa corrosiva emoción que desintegra la sociedad, que fomenta la
intolerancia y deposita el polvo de la confrontación es expuesta con maestría
en el libro de Fajardo. Como dijo Juan José Saer, la novela es una
«antropología especulativa». Es decir, la ficción, a diferencia de la historia,
se acerca a la realidad con una mirada al individuo y a sus dialécticas
privadas y sociales. En Odio se actualiza la mirada al mundo actual y a
sus trastornos.
Y
vamos a contradecir al maestro Nabokov, que dijo que, en literatura, las
«grandes ideas son una tontería». Tenía razón Nabokov en cuanto a esas novelas
con moraleja, a esas novelas de tesis, a novelas que impelen las ideas más que
la corriente narrativa y menosprecian el estilo ante la gran idea. Pero es que Odio
no es novela de tesis ni pretende moralizar. Usa lo literario para especular
con lo posible. La literatura es siempre especulación de la realidad.
Lo
peculiar en Odio es una desviación de las formas tradicionales asignadas
a la novela. Un libro de apenas noventa páginas, dos historias cortas,
entrelazadas, parecería salirse del concepto de novela, máxime cuando ese
concepto se ha desnaturalizado con la proliferación de mamotretos ominosos perpetrados
por tantos autores de bestsellers.
Sin
embargo, todo objeto no identificado lo es por la distancia con que se contempla.
Si el lector se acerca a Odio, lo toma entre las manos y comienza su
lectura, el difuso objeto asume la corporeidad de la buena literatura.
Pero,
como decía, no vamos a ponderar más allá de lo hecho la índole antropológica de
Odio sino que centraremos nuestra mirada en sus valores literarios. Y es
que Fajardo ha escrito una novela como se puede escribir novela desde Borges.
De todos es conocida la aversión del escritor argentino al género y su preferencia
por asumir que tales novelas ya existían y reseñarlas con atrevimiento
mistificador. La mejor forma de respetar a la novela es no escribirla y
dedicarse a formas breves. Fajardo ha escrito una novela al modo borgiano, utilizando
la forma breve, aquí dos cuentos, e inscribiéndolos en la tradición
metaliteraria y así crear un artefacto que se expande a todo tiempo y toda
literatura.
Y
Fajardo se inventa dos historias, que transcurren en épocas y lugares
diferentes, y traslada al lector a diversas tradiciones novelísticas. Así una
de las historias, de color dickensiano, nos lleva al Londres victoriano donde
nos encontramos con personajes de la novela inglesa. Nos cruzamos con Dorian
Grey, con el doctor Jekyll y Mister Hyde, vemos pasar la sobra de Jack El
Destripador y al autor de Peter Pan, J.M.Barry paseando a su perro
Porthos por los jardines de Kensington.
En
la otra historia, seguimos los pasos de un joven de ascendencia magrebí que se
enfrenta a la intolerancia y al radicalismo más violento y cae sometido a ellos.
De este modo Fajardo inscribe su novela en la tradición literaria y juega con
los símbolos para traernos a la actualidad del Paris de los conflictos raciales
desintegradores de la sociedad en que nos ha tocado vivir.
El
juego de espejos que ha creado el autor con sus dos historias enfatiza con
acierto la profundidad de análisis, pero revaloriza aún más el itinerario
narrativo y potencia la calidad literaria. Odio es gran literatura, es
literatura esencial. Léanla.