Montevideo, Seix Barral 2022, Enrique Vila-Matas
¿Qué decir a
estas alturas de Montevideo, la última novela de Enrique Vila-Matas? Sí,
se ha escrito mucho, ¿pero se ha dicho todo? Y no digamos de toda su obra
literaria. Porque Vila-Matas es de la estirpe de escritores cuya obra se
expande y se convierte en una estructura múltiple e infinita, la estirpe de
Borges, Kafka y Joyce, de quienes siempre cabe añadir un nuevo hallazgo pues
hacen del lector consecuente el artífice de un tapiz literario propio.
Permítanme,
pues, añadir algo nuevo al campo literario vilamatiano, ¿por qué no?
Esto es un salto mortal, lo aviso. Pues tanto en Montevideo como en
muchas de sus obras he dado con un filón propio, una genuina visión personal de
la obra de Vila-Matas.
Quisiera que
esta fuera una reseña para aquellos que aún no leen a Vila-Matas. Sí. ¿Les parece
arriesgado, inútil, un efímero esfuerzo? Quizá, pero vayan avisando a los de su
alrededor, a los que buscan emociones en los libros, a quienes anhelen la
fantasía. Adviertan a familiares y vecinos y díganles que leyendo a Vila-Matas
uno se lo pasa en grande. Porque Vila-Matas escribe novelas de aventuras. Sí,
como lo oyen. Uno ya tenía esta intuición desde hace tiempo, desde sus primeras
obras, pero tras leer Montevideo, no puedo mantener el silencio. Pues
bien, digámoslo: las novelas de Vila-Matas se leen como las de Kipling, de
Stevenson, de Conrad o de Salgari.
¿Qué era
Federico Mayol, el protagonista de El viaje vertical, sino una especie
de Marlow en busca de su Kurtz en Lisboa? Un Mayol a quien no le encargan una
misión trascendente, cierto, ni navega el río Congo. A Mayol le ha echado su
mujer de casa, harta de su abulia e intrascendencia. Pero el caso es que Mayol
se larga a Lisboa para saber quién es él mismo y convertir el viaje en una
reinvención de su vida.
¿No es el Enrique
Tenorio de Lejos de Veracruz un personaje a lo Stevenson, una clase de
Ballantrae, viajero incansable que regresa al hogar para refugiarse en su
cuarto y escribir la obra de su propio hermano?
Espías,
conspiradores chiflados «con alto grado de locura» que cultivan el «arte de
la insolencia» transitan por las novelas de Vila-Matas, «héroes de esa
batalla perdida que es la vida, amantes de la escritura cuando ésta se
convierte en la experiencia más divertida y también la más radical».
Por tanto,
viajes, conjuras, desapariciones… Y espacios. En las novelas de Vila-Matas se
multiplican los espacios, ese atributo de las buenas novelas que César Aira, en
su ensayo Evasión, echaba tanto de menos en la novela actual. Según Aira
ahora prima el tiempo sobre el espacio, no hay imaginación sino confesión
lastimera. «Hoy la novela fluye directamente del autor, sin pasar por la
intermediación de la literatura; el trabajo que la respalda ya no es el de la
escritura, sino el de la publicación». Y es que hubo un tiempo en que la
novela era espacio, estructura, luz, escenarios, en definitiva: evasión, novela
de aventuras.
Porque en las
historias de Vila-Matas ese espacio que reclamaba Aira, está. Está en su
geografía imaginada (metaliteraria, si quieren) y en la real (aunque
imaginada); está en las ciudades (Veracruz, París, Barcelona, Kassel), en las
montañas de Herisau, en la torre de Montaigne, en las azoteas de Montevideo, en
los infinitos hoteles donde se refugian los protagonistas. Y es que el autor
nos lleva por el mundo a pasar riesgos terribles, de acuerdo, pero necesarios. «Me
dio por pensar que había un punto en común entre las grandes expediciones de
otro tiempo y la que me proponía emprender en solitario con las miras puestas
en Kassel. Ese punto era el peligro, elemento inseparable de todo viaje que se
precie».
¿Recuerdan
aquella escena de Indiana Jones y el arca perdida, donde Jones,
perseguido por un guerrero con turbante se ve atrapado en un callejón sin
salida? El malhechor blande su cimitarra y corta el aire para temor del
protagonista. El rostro de Indiana se muestra contrariado, parece que no hay
salida y que al héroe sólo le queda usar su famoso látigo. El guerrero amenaza,
Indiana se tensa. De repente, Jones se relaja, compone una sonrisa, saca su
revolver y dispara al espadachín, que cae fulminado, ¿La recuerdan ahora?
Bien. Pues eso
hacen los narradores de Vila-Matas. Buscar un recurso inesperado para salir de
la trampa. Recursos como las citas. «La cita siempre estaba ahí para
ayudarme en caso de que quedara estancado en una línea de una novela y no
supiera cómo salir». Y es que a Vila-Matas siempre le ha gustado meterse en
callejones sin salida, como a un imprudente aventurero, y ver cómo salir de
allí. Lo hizo con sus primeras novelas, de las que la crítica se preguntaba
cómo haría para crear algo nuevo.
Y es que los
personajes de Vila-Matas, salen de viaje, pasean, traspasan puertas de hotel como
la del antiguo Cervantes en Montevideo, para asomarse al abismo; puertas que
los trasladan de ciudad en ciudad como un James Bond letraherido que en vez de bolígrafo
explosivo usara una cita bomba o se deslizara por la tirolina de una insólita conferencia
para desaparecer de la vista de sus enemigos.
Imagino ahora lectores
que duden: ¿aventura?... ¿en Vila-Matas?… Hum…, si ahí sólo se habla de
escritores, de libros, de cosas literarias, piensan. De acuerdo, un momento. Es
que ustedes no tienen en cuenta lo que dijo Pierre Mac Orlan en su delicioso Petit
manuel du parfait aventurier, un libro de 1920: «un buen aventurero debe
alejarse lo menos posible de su lugar de trabajo, es decir, de su biblioteca».
El autor distingue dos clases de aventureros, el activo y el pasivo. El activo
es el que realmente viaja, las pasa canutas, regresa extenuado y no quiere ni
oír hablar de grutas, pasajes, sudor y lágrimas. «Sus rasgos esenciales son:
falta total de imaginación y sensibilidad; no teme a la muerte porque no se la
explica». Por el contrario, el aventurero pasivo disfruta de la aventura
desde su sillón pues «ha de vivir siempre de su imaginación».
Así son los
narradores de Vila-Matas, aventureros que no se alejan de su biblioteca y viven
de su imaginación. De la imaginación inteligente. Narraciones que los llevan a
ciudades, a hoteles, a subir montañas, atravesar puertas tras las que hay
muertos que hablan, pasar peligros o vivir unos días en un restaurante chino
donde los ignoran. Ya ven, ¿no es esto aventura?
Vila-Matas ha
logrado aunar la novela de evasión, sus espacios, sus escenarios, su luz con la
novela del discurso, del ensayo y la digresión, una cartografía literaria por
donde transitar. «El tema de una novela de aventuras es menos importante que
su forma», asegura Mac Orlan. Esto es lo que ocurre en Montevideo,
la realización de aquello que deseaba Flaubert, «hacer una novela sobre
nada». En Vila-Matas el lenguaje es el tema; el discurso, lo narrativo
puro.
Y una advertencia final. Si transitan Montevideo, tengan cuidado al pisar el capítulo Reikiavik. Es un capítulo minúsculo, de un párrafo, pero recuerden que en Islandia se encuentra el volcán por donde, según Verne, se entra al centro de la tierra. O al centro de la literatura.
Publicado en Entreletras, mayo 2023
Incluido en la web oficial de Enrique Vila-Matas
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