DAMAS, CABALLEROS Y PLANETAS
Laura Fernández
Random House, 2023
Bienvenidos a un
mundo diferente, a una narrativa propia —aunque apropiada de eméritos
precursores—, a la apuesta literaria personal y personalizada de la misma autora
de aquel milagroso libro publicado hace dos años y de extenso y extendido
título La señora Potter no es exactamente Santa Claus.
Bienvenidos al mundo paradigmático y soliviantado de Laura Fernández.
Como
seguramente tantos otros lectores, entré en el universo de Laura Fernández a
través de un espejo cósmico, aquel tocho de 600 páginas que transcurría en un eternamente
nevado pueblo recluido en una bola de nieve de esas de: “¡agítese antes de
usar!”. El caso es que la autora lleva años fabricando un estilo propio del que
no se ha desembarazado por ser expansivo y adictivo y comprometido con un
proyecto original, aunque no originario pues recoge influencias de clásicos
como Vonnegut, Philip K. Dick, Pynchon, King y otros.
Este libro
nuevo de Laura Fernández no es nuevo libro en su producción pues los relatos
que incluye, como la propia autora detalla en los magníficos prólogos a cada
uno de ellos, son relatos escritos en los últimos años y, por tanto,
anteriores, muchos, a su portentosa creación de La señora Potter… Y,
entonces, se descubre que un autor o autora puede tirarse años manipulando su
sofisticada bomba de relojería, sin la debida atención de lectores despistados,
hasta que un día el artefacto hace explosión e impregna a ese alelado mundo de
lectores para convertirlos en denodadas criaturas del mundo creado por la autora.
Al universo
expandido de la narrativa de Laura Fernández puede el lector acceder por
cualquiera de las puertas estelares que son cada uno de sus libros; sea este
último Damas, caballeros y planetas, sea el portento de La
señora Potter…, sea Connerland, de 2017, o algún otro anterior. El
caso es adentrarse en el universo de LF para, quizá, no salir jamás o salir rebotado
por el efecto de un “agujero de gusano” que nos conducirá a sus (malditos)
precursores ya mencionados: el Vonnegut de Dios le bendiga, Mr Rosewater;
el P.K Dick de Ubik o El hombre del castillo, el Pynchon de V
o La subasta del lote 49.
Personalmente
me arriesgaría a entrever otra influencia o acaso conexión de estilo y temática
con el gran Rodrigo Fresán de Vidas de santos, El fondo del cielo o
cualquiera de las Partes (La parte inventada, La parte soñada, La parte
recordada). Pero esto pertenece al acervo de cada cual.
Y es que las
influencias en LF no se quedan en esos grandes y esquizofrénicos autores sino
que la escritora succiona sangre y polvo cósmico de lo pop y lo post; de series
de televisión americanas, de los cartoons USA, hasta, diría, que de la
teletienda, como si la autora hubiera sido abducida por un poltergeist
televisivo para sacar provecho de sus entrañas y luego devuelta al mundo gris y
aburrido a que nos tienen acostumbrados tantos seudo productos thriller
viscerales, asesinos en serie serializados o superinteligentes investigadoras
de cartón piedra, para cargárselos a todos con rayos cósmicos provenientes de
la Puerta de Tannhäuser.
Laura
Fernández se ha propuesto crear una literatura alternativa transida de
posmodernismo, de un estilo kitsch, de un toque retro, pero al
tiempo futurista y futurizado, un estilo anómalo atravesado de giros,
onomatopeyas, desequilibrios tipográficos, espasmos y ¡oh!, exclamaciones. Una
explosión galáctica sobre la prosa medida y perfecta, mejor, perfeccionada con
la más sofisticada tradición hispana. Y de humor, mucho humor.
Los libros
—las aventuras, las situaciones— de Fernández están llenos de fantasmas, de
escritores vivos y muertos, de escalofriantes hombres y mujeres de (malos)
negocios, de gente que lee y de gente que escribe, sí. Libros con humor,
paranoia y desequilibrio. En estos libros la realidad está en otra dimensión,
en otra galaxia, reducida (y expandida) a una minúscula célula portentosa a
modo de aquel telúrico colgante de Men in Black que contiene toda la
galaxia perseguida por las alimañas.
Dijo Proust
que le gustaban aquellos libros que parecían escritos en otro idioma. Uno lee a
Laura Fernández y parece estar leyendo en lenguajes cifrados, transidos de
otras lenguas y de otras narrativas.
Damas,
caballeros y planetas es, repito, una excelente puerta de acceso al mundo
tergiversado y versado de Laura Fernández. Relatos —más una novela breve ‘El
mundo se acaba pero Floyd Tibbits no pierde su trabajo’— que facilitan la
deglución en pequeñas dosis de las píldoras LF (consulte con su librero),
y que preparan al lector para pasar a mayores atracones festivos en sus novelas
de largo aliento.
Por tanto,
damas y caballeros, lectores todos, pasen y vean y lean un espectáculo
insólito, lúcido y lucido; un mundo de colorines y artificios; un espectáculo
literario portentoso y adictivo. Para lectores sin miedo a perderse en planetas
inexplorados.
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