El arte
del saber ligero
Xavier Nueno
Confiesa quien
esto escribe haber tomado al pie de la letra la propuesta del autor de este
libro y reducido su contenido a diez frases. ¿Habré conseguido atrapar el
mensaje que Xavier Nueno deseaba transmitir? ¿Me atrevería a decir que ahora
poseo un arte del saber ligero? ¿Son esas diez frases del libro una lectura
suficiente, ligera, portátil y abreviada del texto?
El libro de
Xavier Nueno es ya en sí un tratado resumido de la función histórica de la
escritura, de su producción excesiva y de la pulsión humana de su destrucción.
Es este un libro entretenido, bien documentado y con una bibliografía muy
completa.
«Frente a la
pulsión universalista hay otra que desea reducir la biblioteca, hacerla
portátil». Tras la invención de la imprenta, en el siglo XV, la capacidad de
producción de libros se multiplica de tal modo que en los siglos posteriores se
crean profusas bibliotecas con el fin de alojar los millares de ejemplares
publicados. La conversión del libro en mercancía iniciada en el siglo XVI
supone una superabundancia que convierte a las bibliotecas en recintos desbordantes
y desbordados en cuyos anaqueles es ya difícil encontrar un libro concreto. La
percepción es la de un mundo lleno de libros.
Levanto la
vista de mi cuaderno de notas y contemplo mi propia biblioteca y, sí, me doy
cuenta de que ahí también sobran libros. ¿Qué hacer? El libro de Nuno me pone
en la pista.
Ante este
panorama, surge una figura contradictoria. Son los «escritores del no (el autor
los llama terroristas), que escriben sobre el abandono de la literatura. Se
presenta, pues, una paradoja. El discurso contra los libros es parte de la
tradición humanística. Será durante la Ilustración cuando esta pulsión contra
el exceso de libros y de información adquiera mayor alcance. No en vano, la
Enciclopedia de D’Alembert y Diderot no es sino un arte de la reducción, una
búsqueda de síntesis del conocimiento.
Sobre la
negación o abandono de lo literario nos puso al corriente el escritor Enrique
Vila-Matas en aquel raro libro Bartleby y compañía, donde hacía un
repaso por la historia de autores que dejaron de escribir o que jamás escribieron.
La contradicción —según Nueno— es que muchos de los negadores de la escritura
recurrieron a ella para negarla. Escriben sobre no escribir. Así pues el arte
de la reducción es también un arte de la destrucción. Se trata de orientarse
entre los demasiados libros.
Así lo
hicieron las vanguardias de principios del siglo XX —surrealistas, dadaístas—
en un afán por destruir los vínculos de la literatura con el poder político. Disertaron
sobre «la necesidad de acabar con la literatura». De esta estirpe son Bartleby,
Lord Chandos y Monsieur Teste. «Desconfían
del lenguaje, pero se van abocados a narrar esa desazón», añade Nueno. Se
llega, entonces, a la paradoja de que «la única razón legítima por la que
escribimos es porque hay demasiados libros».
Son los
escritores con tijeras, empeñados en reducir las bibliotecas y la
sobreabundancia de libros. «Se trata, pues, de crear un canon del saber
portátil, abreviado, ligero y móvil», sigue el autor. Y de nuevo tenemos que
invocar un libro de Vila-Matas, Historia abreviada de la literatura portátil,
como texto canónico sobre el asunto. Y es que, en aquel divertido y subversivo
texto, el escritor nos presentaba la conjura shandy contra la pesadez de
lo literario. Los conjurados —escritores como Larbaud, Walter Benjamin y Alberto
Savinio y pintores como Duchamp o Picabia— conspiraban por un saber portátil,
una obra ligera y reducida que cupiera en una maleta. Quizá yo mismo podría
reducir mi biblioteca a unos pocos libros que transportar en una maleta. ¿Cuáles
elegiría?
Xavier Nueno
acierta en su libro al entreverar las épocas —Renacimiento, Ilustración,
vanguardias del XX— en las que el afán de ligereza ha atravesado la historia de
la escritura. Repasa, en un vaivén histórico, las fobias contra lo literario:
misología, misografía, biblioclasmo. Un posible precursor de los lectores con
tijeras sería Montaigne, de quien Nueno dice que «su arte de la lectura tiene
que ser entendido como una estrategia subversiva». El autor francés abogaba por
una lectura que trajera «placer, juego y pasatiempo».
Y el tipo de
lector que es Montaigne nos conduce directamente al lector amateur. La
biblioteca del amateur nos dice el autor, «es precaria e imperfecta», ajena a
la exhaustividad de las bibliotecas profesionales, a los bibliotafios donde los
libros viven una vida en la muerte. Nueno invoca a Roland Barthes. «El Amateur
—escribió el ensayista francés— (aquel que pinta, toca…, sin espíritu de control
o competición), el Amateur reconduce el placer, se instala graciosamente en el
significante…, […], es tal vez el artista contraburgués»
El Amateur de
Barthes se asemeja al honnête homme que proviene del lector que fue
Montaigne, un lector de un «saber mundano». Este lector lúdico y despreocupado
no deja de ser una figura muy actual en el tráfago de sobreabundancia libresca
de los últimos tiempos. Su consigna debiera ser la de no hacer caso a tanta
recomendación editorial masiva, rechazar el brillo excesivo de ciertos premios
siderales y dedicarse a indagar en las grietas del exceso literario para
realizar hallazgos insólitos y minoritarios.
De este modo
la biblioteca del lector aficionado y exigente ha de estar formada por unos
cuantos libros de cabecera, «libros-amuleto a los que volver una y otra vez sin
agotar nunca su sentido», afirma Nueno. Se trata pues de una estrategia de
aligeramiento, de levedad (como proponía Italo Calvino en los años ‘80), una
voluntad de crearnos «un canon brevísimo y muy personal reunido, por ejemplo,
en un cuarto oscuro de casa», como ha dicho el autor de la desaparición y lo
portátil, Enrique Vila-Matas.
Convencido me
pongo en acción. Dejo de escribir, apago la luz de este cuarto e imagino los
libros que metería en una maleta pero que aún están por venir.
El arte del
saber ligero es en definitiva un ensayo clarividente para aquellos lectores
que han hecho de la lectura una cierta estrategia detectivesca y se fabrican
una biblioteca ligera en la que nunca se agote el sentido.
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