jueves, 20 de junio de 2024

 DINÁMICAS DEL LECTOR


 


                Me ha intrigado siempre una cita de Macedonio Fernández que dice: «La del lector es la carrera literaria más difícil». Macedonio, ya saben, fue un escritor argentino maestro de Borges. He recordado esta cita porque es tiempo de Feria del Libro en Madrid y todos dan vueltas al asunto de la lectura. Unos dicen que se lee menos, otros que hay más lectores que nunca y algunos que se lee poco y mal. En fin, que he estado pensando en esto y voy a añadir unas notas.

                Se me ocurre de principio aceptar que los lectores sean la parte más importante del hecho literario, pues, por ejemplo, críticos, editores y agentes no son más que lectores con diferente motivación. ¿El lector más importante que el escritor? Bueno, sigamos el juego a Macedonio.

                ¿Por qué la del lector la actividad más difícil? Ya sabemos —al menos quienes hayan leído al argentino— el juego que se traía con los lectores el autor de la inconclusa novela Museo de la novela de la Eterna. En esa obra, inacabada a propósito o comenzada indefinidamente por el escritor, se apela al lector para convertirle en personaje. Macedonio quería al Lector salteado como destinatario ideal de su obra de infinitos prólogos. El Lector salteado de Macedonio «no ejerce una actividad curiosa de final, sino un recorrido que hace sus búsquedas, que elige sus propios criterios, se mueve en el texto con autonomía, es atópico».

                Macedonio buscaba un lector torcido, como decía Canetti que se adquiere el saber, mediante el salto de caballo del ajedrez. No quería al Lector seguido, que es «aquel rutinario de la vida cotidiana que traspone ingenuamente sus ordenamientos ininterrumpidos, consolidados y tranquilizadores a sus experiencias artísticas». Con todo lo dicho no es de extrañar que Macedonio considere esa “carrera” tan difícil.

                Para aclararme he pasado a ver qué han dicho otros. Un teórico de la lectura, Wolfgang Iser, afirmó que «el lector ha llegado a ser la “referencia sistemática”. También Ignacio Echevarría, un solvente crítico y editor español, proponía que «el lector es el nuevo héroe literario».

                Referencia, héroe, carrera difícil… Así estamos. Parece todo muy complicado. Por el contrario, los lectores del siglo XXI son más simples. En su mayoría, leen lo que les ofrecen los medios de masas o los premios millonarios. No se complican la vida. Es lo que he llamado en otro lugar el “lector estuche” (El lector estuche I y II, Revista Entreletras, 2023), un lector blando y acomodado, amigo de seguir el gusto de la mayoría y pica en las coloridas mesas de novedades

                Entonces, ¿qué tipo de lector es un héroe, una referencia sistemática, un lector con carrera? El lector actual promedio parece que no. Más bien sería un tipo de lector o lectora insólitos y activos. Y paradójicamente, para ese lector la situación actual de la literatura —auge mercantilista, sobreproducción, barullo editorial— me parece una oportunidad. Aguza el ingenio, convierte a ese lector insólito en detective.

                Del lector detective ya habló Ricardo Piglia en su libro El último lector. De él dice que su lectura es siempre inactual, está siempre en el límite. Su programa —añade— es el de la lentitud, un demorarse para llegar el último. «La figura del último lector es múltiple y metafórica», concluye el autor argentino. Recuerda al «private eye», el detective privado que interroga las huellas del crimen, ese descifrador de enigmas que nace con el Dupin de Poe y se estira en el Marlowe de Chandler o en el Sam Spade de Hammet. Este lector pasa de largo las mesas de novedades, esquiva los premios, soslaya las reseñas interesadas y se adentra en el oscuro fondo de la librería en busca del ejemplar insólito.

                Ese programa de la lentitud es el que usa muy bien la escritora Elisa Rodríguez Court, que en su libro La penúltima lectora hace lecturas lentas e inteligentes con esa demora propia de una flâneuse que recorre las veredas de libros amados, dejando notas al pie sabias y verdaderas. «Leer —dice Rodríguez Court— ha de parecerse al instante en que entro en mi frío dormitorio y mi propio cuerpo muerto me coge del todo desprevenida».

                Se me ocurre que quizá el lector más cercano a lo que venimos buscando sería, en estos tiempos apresurados, el lector de poesía, el último reducto de lo literario.

                Pero volvamos a la dichosa frasecita de Macedonio. ¿Por qué el lector ha de hacer una “carrera” literaria? Pareciera que no es suficiente con leer e interpretar los textos. ¿Por qué es tan importante la “función” del lector? Me acuerdo de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en la que los libros están prohibidos, el estado los persigue y los quema con potentes lanzallamas. Contra esa desaparición hay lectores que los memorizan y los “narran” a quienes quieran leerlos de nuevo. Todo esto está muy bien, pero la pregunta es: ¿dónde estaban los escritores? ¿qué hacían para perseverar el futuro de la literatura?

                Pues la respuesta es nada, los escritores no hicieron nada porque habían desaparecido, dejaron de escribir hace mucho tiempo, cuando la sociedad se acostumbró a la inexistencia de los libros y su interés se desvió al mero entretenimiento (series de televisión, viajes) y a la ausencia de reflexión. Los escritores y, en consecuencia, la industria editorial, desfallecieron y renegaron de su función primordial, que era “mantener el nivel alcanzado” por la tradición literaria. Solo los lectores, ciertos lectores, mantienen la herencia literaria, el arte. Aquellos lectores no se dejaron vencer.

                En la sociedad actual no se persiguen los libros, sino que se multiplican, proliferan, se venden en cualquier sitio. Algunos dicen que tal profusión de libros convierte lo literario en una selva feraz e inextricable. Al contrario que en la novela de Bradbury, ahora los escritores abundan, casi todo el mundo escribe. No se persiguen los libros, no se prohíben. Entonces, ¿cuál es el problema?, preguntan algunos.

                Ningún problema, diría yo, pero me doy cuenta de que en este embrollo necesitamos otro tipo de lector. Necesitamos a ese lector detective, al lector héroe, a la penúltima lectora y al último lector.

                La tarea del lector del siglo XXI ha de ser aquella que proponía Michel de Certeau en su libro La invención de lo cotidiano. Las artes de hacer. Venía a decir Certeau que el lector debía convertirse en cazador furtivo. Creo que merece la pena citarlo en su extensión: «Muy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio, herederos de labriegos de antaño, pero sobre el suelo del lenguaje, cavadores de pozos y constructores de casas, los lectores son viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que no han escrito, que roban los bienes de Egipto para disfrutarlos».

                No se puede describir mejor la función del lector necesario en este nuevo siglo. La razón es bien sencilla. Lo explica bien el experto en comunicación Charly Sarti en su artículo El desafío de la atrofia narrativa: «En un mundo automatizado como el que prevemos, donde las máquinas se encarguen de tareas rutinarias, serán las mentes cultivadas en el arte narrativo y en la creatividad, aquellas capaces de ver patrones, extraer significados y comunicar visiones inspiradoras, las que marcarán el rumbo».

                Pareciera que propongo un renovado elitismo, es cierto, pero es que lo subversivo ahora es ser elitista. Entonces, me pregunto dónde están estos lectores, ¿necesitan, como decía Macedonio, una “carrera” para llegar a serlo? La cosa puede ser más sencilla. Se trata de ser lector salteado, detective y cazador furtivo. Un lector, en definitiva, que no se deje embaucar por la tontería general.

                Hablo de un lector híbrido entre el “compañero amistoso” al que apelaba Laurence Sterne en su Tristram Shandy y esos “lectores termitas” de los que ha escrito Enrique Vila-Matas, «aquellos a quienes les gusta perderse en una bruma de suburbio o en la esquina más olvidada y desde allí estrujarlo todo para así poder mirar la vida con el estilo de la felicidad».

                Estos lectores termitas de Vila-Matas se moverían por los pasajes subterráneos del mercado masivo y diría, en fin, que se parecen más al Montaigne recluido en su torreón con unos pocos libros, un gabinete en penumbra en el que su actividad se hace subversiva estrategia contra la luz cegadora del exceso libresco.

Publicado en Café Montaigne, junio 2024

1 comentario:

  Nocturne de Gibraltar Autor: Gennaro Serio Editorial: Éditions L’orma, 2024                   Esta no va a ser una reseña al uso, lo advie...