Estamos ante un
libro que rompe las expectativas del lector (al menos de quien esto escribe) y
lo ubica, tras asimilarse a la propuesta del autor, en una zona literaria alejada
de lo manido, de lo ya visto, del conformismo maximalista y de la crónica
reiterada. Y es que el lector podría estar esperando relatos sobre autores
famosos, sobre libros clásicos o sobre novedades autorizadas por la crítica y,
sin embargo, Forn nos entrega otra cosa, por supuesto, mejor. Y cuando el
lector entiende esto se aleja de la perplejidad inicial y se adentra en un
devenir acogedor y sugerente.
Los textos que
Juan Forn (Buenos Aires, 1959- Mar de las Pampas, 2021) escribía para el diario
Página/12, y que forman parte del libro, eran más bien indagaciones en la sutil
espesura de lo literario. Hablaba allí, y lo encontramos en el libro que nos
ocupa, de personajes anónimos, de desplazados, de seres fuera del foco de la
historia y de la literatura. Son búsquedas de lo ignorado o de lo olvidado. Nos
habla de un tal Nkoloso, que creó un Ministerio de Asuntos Estelares en Zambia
que, realmente, encubría un campo de entrenamiento de guerrillas, de Nadezhda,
esposa del poeta Mandelstam, y de su libro de memorias Contra toda esperanza,
en las que recuerda una frase de su marido digna de recordar: «No hay que
quejarse; vivimos en el único país que respeta la poseía; matan por ella». De
Dubravka Ugresic relata la herencia que recibió de un admirador, una herencia
en forma de vivienda en Zagreb y de cómo la escritora viajó hasta el pueblo,
llamado Kuruzovac, donde era propietaria de una cabaña en el campo.
El tono de
Forn en estas narraciones es desenfadado, con un toque de humor que, sin
embargo, se desplaza en ocasiones hacia lo terrible de asuntos como el exilio,
la muerte, la represión, el olvido. Las historias son, todas, un paseo por el
siglo XX, por los aledaños de la historia y de sus conflictos, pesquisas de
sutil elaboración por las afueras de la literatura. Y es que este detalle no es
menor si consideramos la propia biografía del escritor. Juan Forn se retiró a
una casita en la costa por razones de salud, tras sufrir un colapso y buscar un
retiro de la vorágine agobiante del trabajo editorial. Se retiró para vivir
tranquilo, pero siguió comprometido con la literatura de una forma tangencial,
sólo enfocada a leer y a indagar en los detalles.
Si he
utilizado antes el término narraciones para calificar a los textos es porque la
mirada de Juan Forn es literaria, roza la ficción, son relatos ante los que el
lector duda si está ante la realidad o ante invenciones del escritor. Y es que
Forn nos lleva de la mano por esas historias como si nos estuviera contando,
ambos sentados frente a frente en un porche junto al mar, sueños de la noche
anterior o como quien sabe algo que los demás ignoramos.
No me resisto
a poner algunos ejemplos de maravillosos relatos. En el texto titulado Las
piernas de Dora Markus, Forn junta al poeta Eugenio Montale con el crítico
Bobi Bazlen (ágrafo reconocido) y nos habla de la foto de unas piernas que
Bazlen le habría mandado al poeta con un mensaje en el reverso: «Una amiga
de Gerti, con piernas magníficas. Escríbele un poema. Se llama Dora Markus».
A partir de esta anécdota Forn relata la peripecia del poema y el enigma de la
mujer cuyas piernas inspiraron el poema Dora Markus, enigma que, tras recibir
Montale el Nobel, se convirtió en objeto de interpretación por los estudiosos.
De allí, Forn, nos transporta hasta los años ‘80 en que el escritor Del Giudice
escribe En el estadio de Wimbledon, donde investiga la vida de Bobi
Bazlen y mantiene un encuentro con una mujer que pudo ser la Dora Markus
poseedora de aquellas «piernas magníficas».
Este es el
tipo de relato que encontramos en el libro que nos ocupa. Un libro repleto de
detalles, guiños a la historia y a la literatura, búsquedas que sólo puede
emprender un agudo observador y lector como lo fue Juan Forn, henchido de
lecturas y capaz de transmitir su pasión con generosidad y soltura. Y es por
eso por lo que el lector agradece ese deambular por lugares poco transitados,
caminos que ignoraba y que conducen a otros parajes de lo literario, aunque en
ellos nos encontremos a veces con nombres conocidos: Robert Walser, Natalia
Ginzburg, Le Corbusier, Duchamp y otros renombrados artistas entre muchos
personajes anónimos y olvidados por la historia.
La mirada
furtiva de Forn no nos habla de anécdotas trilladas sobre aquellos artistas de
renombre, más bien nos introduce por las rendijas de lo intuido para abrir una
puerta a realidades inesperadas. Ese tipo de realidades que el lector ha de
indagar por sí mismo, aprendiendo del maestro, de su instinto y de su estilo
delicado.
Cuando uno
termina este libro tiene la sensación de haber asistido a una novela con
múltiples capítulos, en apariencia inconexos, pero hilados de tal modo que se
tiene la convicción de la homogeneidad, de la coherencia y, usando una acertada
metáfora de Julian Barnes, como si todas las biografías fueran «un collar de
agujeros unidos por un cordel».