El poder de la distracción
Existen
conceptos sobre los que todos creemos saber algo o los consideramos asuntos
nuevos o sólo contemporáneos. Es el caso del objeto de este breve ensayo sobre
la distracción. La sociedad actual considera la distracción una actividad
alternativa a las ocupaciones obligatorias formalizadas socialmente, esto es,
al trabajo, a las tareas organizativas, los convenios sociales… Cualquier
ciudadano definiría la distracción como los ratos de ocio y diversión.
En
el libro que nos ocupa, la autora ha preferido remontarse a la raíz del término
y, acompañada de testimonios filosóficos, literarios y artísticos, llevarnos de
paseo por los caminos menos transitados o, al menos, más desconocidos. Y digo
desconocidos no para personas eruditas o formadas en filosofía, sino para el
lector común, que, aunque interesado, estará menos al tanto de las referencias
cultas. Pues este libro se dirige a un público general, no a doctos especialistas.
Se agradece ese afán divulgador en temas nada superficiales.
Así
que la autora nos remonta a Pascal ya su concepto del divertissement,
que el filósofo utiliza para referirse a la «dinámica a través de la cual los
hombres tienden a apartar la vista de las preguntas o las tareas fundamentales
de su existencia y llegan insensiblemente a la muerte». Por tanto, el divertissement
pascaliano no es divertimento sino el conjunto de «actividades que llenan
nuestras jornadas apartándonos de la tarea de pensar en nosotros mismos».
Desde
este comienzo tan profundo y de carga tan teológica y moral del pensamiento
pascaliano, la autora nos deja transitar por referentes más amenos. Del uraño y
misántropo Pascal nos encontramos con el reflexivo y condescendiente Montaigne
para quien el término divertissement refiere más bien a la distracción,
a la desviación del intelecto hacia los objetos más variados. Para el
“inventor” del ensayo «la variación siempre alivia, disuelve y diluye». Lo que
en Pascal es tendencia general de la vida humana en la condición de pecado,
para Montaigne se trata de un valor ético y «práctica de vida buena y
saludable».
Personalmente
me agradan esos libros cuyo título comienza con Elogio de…, o El arte de…. Así
recuerdo los magníficos Elogio de la ociosidad de Russell o Elogio de
la estupidez, de Erasmo de Roterdam. Y aquellos de El arte de la guerra
de Sun Tzu, o El arte de callar, del Abate Dinouart. Y es que este
ensayo bien habría podido llamarse Elogio de la distracción o El arte de estar
distraído. Y esto viene al caso porque la autora, Alessandra Aloisi, hace en su
libro un elogio de la distracción y nos revela la deuda del arte con esos
episodios de desvío de la realidad.
El
recorrido por la historia de las ideas sigue y nos encontramos con Leopardi y
sus pensamientos en aquel delicioso libro Zibaldone. Conocemos a Maine
de Biran, a Rousseau, a Horacio Walpole.
Leopardi
escribió: «Yo considero aquellos a los que se llaman placeres como útiles y
conductores de felicidad».
Otro
acierto de Aloisi es aludir, sin caer en la polémica actualizadora, a las
distracciones tecnológicas, a las que no considera formas de distracción
artística, sino más bien meros pasatiempos que sin embargo nos impiden el
ensueño y constriñen la imaginación.
El
rastro que la autora sigue nos conduce a Proust y a las sugerentes revelaciones
que su memoria involuntaria trae al espíritu del narrador. En la Recherche
encontramos continuas referencias a la rêverie, al ensueño del recuerdo.
En realidad, nos dice la autora, «el gran descubrimiento proustiano tiene menos
que ver con la memoria que con el poder de la distracción».
Locke,
Rousseau, Xavier de Maistre, Poincaré son algunos más de los autores a los que
la autora apela para indagar en la capacidad de la distracción y el ensueño
para traernos a la consciencia sensaciones que parecieron pasar inadvertidas.
Es, por tanto, una potencia evocadora y creadora la de la distracción. Aloisi
analiza la conexión de la distracción con locura, con la pereza, con el
sonambulismo, con el viaje. Y ese es, por tanto, el poder de la distracción, su
capacidad para crear el mundo y moldear la realidad.
Y
ahora, para no distraernos de nuestra función, diremos de este libro que es un
ensayo magnífico, de una longitud acertada y muy esclarecedor. Si a primera
vista el título podría hacer pensar en uno de esos manuales de autoayuda sobre
cómo pasar el tiempo libre, tras la mera lectura de su introducción nos revela
una medida profundidad. Ensayo asequible, por tanto, para lectores sin una
profunda formación filosófica ni literaria pero que busquen ciertas coordenadas
intelectuales.
De
agradecer las notas aclaratorias, no muy profusas y un índice onomástico que
servirá al lector curioso para visitar el vínculo de ciertos autores con el
asunto del ensayo.
Lean,
pues, este libro y, una vez terminado, abandónense a sus distracciones y a sus rêveries.
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