LECCIONES
Ian McEwan
¿Qué tipo de
lecciones nos da McEwan en su última novela? ¿Lecciones de vida? ¿Lecciones de
literatura? ¿Se trata de que entendamos la imposibilidad de aprender algo de la
experiencia? Sabemos que la literatura no tiene porqué dar respuestas sino más
bien hacer las preguntas pertinentes. Y de esto va la cosa. La prodigiosa
novela de Ian McEwan trata —en un recorrido que abarca casi los últimos cien
años de Europa— de ponernos ante la historia de una vida particular, la del
protagonista Roland Baines, y ante la gran Historia en la cual se engarza
aquella mediante el atributo más preciado que tenemos, la memoria.
Y es que esta
podría ser la novela de vida de cualquier ciudadano europeo si bien, como es
lícito entender, el autor la encuadra en el propio y apropiado ámbito británico
para, en un recorrido vital del protagonista, atravesar los más relevantes
hitos del devenir europeo y, por expansión, occidental, desde la Segunda Guerra
Mundial, Crisis de los Misiles en Cuba, tragedia de Chernobil, Caída del Muro,
Brexit, hasta el reciente Covid.
El
protagonista, un hombre sin grandes aventuras heroicas, pero sí sujeto a (y de)
vicisitudes aventuradas, se inició en la vida con adolescente relación
amorosa-sexual con su profesora de piano —madura y un tanto desequilibrada—
para pasar, ya en la treintena a ser abandonado por una esposa insatisfecha y
radical deseosa de emancipación y exitosa carrera literaria. Alissa Eberhardt
desaparece de la vida de Roland y lo deja, casi padre soltero, con un hijo de
meses y ante un panorama perplejo de trabajos precarios, nuevas relaciones
sentimentales y la desazón ante un mundo que no comprende o atisba malogrado.
Roland sigue
adelante, criando al hijo al que no oculta la deserción materna y al que no
inocula el rencor ni la nostalgia de lo que pudo ser. Y es que Roland parece
hacer honor, en su vida, al epígrafe que el autor espiga del Finnegans Wake
de Joyce: «Primero sentimos. Luego caemos». Y esta es una de las
lecciones que nos concede McEwan, que toda vida es narración de una vida y la
herramienta más potente es el recuerdo de lo vivido y la esperanza de que lo
porvenir sea mejor para los que dejamos. Lecciones de vida, sí, pero también
lecciones de literatura que nos da un escritor prodigioso en su salsa y
demostrando su maestría para trasladar al lector por estructuras laberínticas
que viajan al pasado o lo insertan en la más efervescente actualidad.
Esta
Lecciones demuestra, a su vez, la capacidad del propio autor por
regresar a narración poderosa tras obras penúltimas deslizadas a terrenos
experimentales de la ciencia-ficción, la fábula política y la fantasía (Máquinas
como yo, La cucaracha y Cáscara de nuez) para llegar a esta obra maestra
que bien podría ser una despedida de una intensa carrera. Y lo que hace McEwan
es reivindicarse como gran novelista británico actual ante otros grandes de su
generación como el recientemente fallecido Martin Amis y el aún en activo
Julian Barnes. Porque, eso sí, el autor de Expiación y Chesil Beach
demuestra en esta novela que aún se puede escribir de la existencia sin
necesidad de recurrir a atrabiliarias narraciones sangrientas o terroríficas
tan propias de los manidos thrillers de los últimos tiempos.
La vida
aparentemente anodina del Roland Baines de Lecciones nos advierte sin aleccionar
sobre el mito de que una vida heroica ha de estar por encima o delante de la
Historia y demuestra que no, que toda vida, por muy común que parezca, tiene
cabida en una narración si esa narración se ejecuta con vigor y solvencia. Este
es el caso del libro de McEwan. Su habilidad para los tránsitos temporales, las
digresiones del protagonista, las relaciones metaliterarias y la gracia para
entreverar el devenir histórico particular con la superestructura social de la
Historia.
Roland Baines
somos cualquiera de nosotros, ciudadanos europeos del último medio siglo que
hemos crecido con el recuerdo —en algunos casos más literario que vital, por
edad)— con los acontecimientos históricos más relevantes del occidente y
podemos reivindicarnos en la vida de Roland por los amores (trágicos o
festivos) que hemos vivido, los abandonos y las rupturas, los traspiés
económicos o los fantasmas del pasado, en definitiva, por lo que representa
vivir. Porque como dice el narrador, hablando del ocaso en la marea de la vida
de la madre de Roland, «A medida que se retiraba dejaba charcos de recuerdos
extraviados al azar».
Sí, memoria,
escritura…Son un atributo importante de esta novela. Porque McEwan juega con
múltiples referencias literarias, como si reivindicara que una vida es más
plena si tiene cerca la literatura y los libros. Y en esta novela-historia
muchos escriben: Alissa, la esposa que abandona a Roland, lo hace para ser
escritora de fama; Jane, madre de aquella y escritora frustrada por elegir una
vida conyugal opresiva y frustrante; el mismo Roland, escritor de diarios. Y también
lecturas, autores. Conrad, Musil, Proust, Seamus Heaney, pasean por la novela
como si el autor quisiera dar una lección añadida: que la vida es literatura.
Y es en la cuarentena
cuando Roland comprende que la existencia son recuerdos y que esos recuerdos,
si están escritos, parecen más verdaderos. Entonces decide llevar un diario que
se alarga hasta su vejez. Diarios que se multiplican en decenas de cuadernos
con las notas del presente y se convierten en la memoria de una toda una vida.
Sin embargo, ya en la vejez, Roland relee esos cuadernos y los compara con los
que escribió su suegra Jane durante la Segunda Guerra Mundial y que una vez
pudo leer y comprende que los suyos no tienen la fuerza de la gran literatura y
los destruye en pira literaria con un té en la mano pues «albergaba más en
la memoria y la reflexión de lo que podría haber hallado en sus diarios».
Los lectores
estamos, en resumen, de celebración por esta gran novela de un McEwan de
setenta y cinco años en plena forma creadora. Leamos pues este libro y
aprendamos la lección, aunque no haya lección que enseñar, pues, como le pasa
al protagonista, «en ese momento liberado pensó que no había aprendido nada
en la vida ni lo aprendería nunca».
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