lunes, 25 de septiembre de 2023

Vila-Matas piensa en su arte

 


Vila-Matas piensa en su arte          o

El doctor Pasavento busca una puerta en el Retiro

 

Visité a Vila-Matas en la sombra de la Feria pues las zonas iluminadas quedaban para las numerosas filas que conducían a los autores de la visibilidad. A lo largo del paseo de coches se veían grandes espacios luminosos, donde los autores de la luz firmaban sus libros con celeridad y artesanía.

Cuando me acercaba a la caseta donde el escritor recibiría a sus lectores, le vi salir por la parte trasera de la Feria, como si hiciera mutis por el foro del teatro literario. Ese día tenía el escritor que firmar sus libros de doce a dos y esa era la razón de mi presencia. Divisé al escritor a pocos metros de la caseta mientras se adentraba en la sombra pues como él mismo había escrito, «a la literatura puede que le siente mejor la oscuridad». Llevaba yo el reciente libro del autor, Montevideo, para que me lo firmara. Libro que había leído ya dos veces para entenderlo del todo pues los libros de Vila-Matas son como esas habitaciones con puertas que hay que abrir varias veces para saber qué hay allí dentro. No le hablaría de mis reiteradas lecturas de sus obras al escritor no fuera a decirme aquello de Valéry de que «no había estado levantándose toda la vida entre las cuatro y las cinco de la mañana para escribir necedades».

Vi que el escritor se alejaba por una alameda a la sombra de árboles centenarios. Me pareció más alto que en imágenes vistas. Caminaba con los hombros echados hacia delante como si le faltara un escritorio donde apoyar los codos. Caminaba sin prisa, como sabiendo que sus lectores esperarían o simplemente le buscarían en sus libros más que en los angostos templetes del mercado libresco.

Se alejaba el escritor por la alameda, a la sombra de castaños y acacias. Se alejaba del lugar acompañado de un joven con mochila a la espalda. Los seguí a cierta distancia, por ver qué pasaba. ¿Estaba el autor desapareciendo? ¿Había decidido desertar de su compromiso de firmas? ¿Se había convertido Vila-Matas en Pasavento y pretendía dejar tirados a lectores y editores? «Y se va. Pero se queda, pero se va. ¿Acaso se ha quedado? Le veo proseguir su camino y veo cómo da un paso más allá…».

Como digo, le seguí a unos metros. Él y su acompañante giraron a la derecha, donde comienza una avenida que lleva a una de las puertas de salida del Retiro, la de Alfonso XII. ¿Era verdad que se marchaba? No sucedió nada de eso. El joven de la mochila hizo una señal hacia una de las terrazas del parque y los dos caminantes se sentaron a una mesa del café. Vila-Matas se quedó allí, esperando, mientras el joven hacía el pedido en la barra (¿era su editor, un fámulo puesto por la editorial o un guardaespaldas encargado de que el escritor no desapareciera?)

Me senté en un banco desde donde podía observar sus maniobras y su posible siguiente paso. Quería saber si tras el refrigerio volvería a la caseta o seguiría su proceso de huida. Recordé que al principio de Doctor Pasavento el narrador dice estar paseando por la «alameda del fin del mundo» y que su acompañante —¿era el de la mochila un trasunto de aquel? —le preguntaba sobre «su pasión por desaparecer».

Quizá era cierto aquello que el escritor había afirmado sobre su tendencia a escribir escenas que viviría más tarde y estaba aquí en el Retiro ejecutando las palabras del libro. Recordé también que unos días antes de aquella escena que yo presenciaba en directo, Vila-Matas había contestado a una revista literaria que era una «tradición en la Feria que haya escritores de gran valía en la sombra», escritores, vino a decir, que no son visibles al contrario de tanto autor falso a la vista de todos. Al observar al escritor allí en la sombra, tomando algo, se me ocurrió que él mismo se había convertido en uno de esos escritores poco o nada visibles, refugiados en la sombra. Supuse que no se refería a sí mismo sino a verdaderos escritores totalmente desconocidos —en la sombra del mundo de lectores— y cuyos libros no pasan de ser leídos por familiares y amigos. Estaba claro que el escritor hablaba de autores como yo mismo, autor de una novela reciente y que había también presentado días antes en la sombra de una caseta poco visitada una tarde lluviosa.

Si en su famoso libro Bartleby y compañía, Vila-Matas había rastreado a autores que dejaron de escribir, ahora, con esas palabras a la revista, ponía el ojo en humildes escritores a oscuras y que sin embargo podrían tener más luz —y lucidez— que tanto escritor de largas colas al sol y libros que se entendían a la primera, esos de los que decía Valéry que tienen «la estúpida manía de su nombre». Tenía, pues, al autor frente a mí, a cierta distancia, pero al alcance de la vista y de mi móvil, así que decidí tomar alguna foto por si era aquella la primera y última vez que lo veía. Aún existía el riesgo de una desaparición pues nadie me aseguraba que, como Pasavento en la alameda del fin del mundo, el autor tomara un tren en la cercana estación de Atocha y se marchara con viento ligero y fresco.

Tiré una foto desde mi posición de espía con cuidado de pasar inadvertido por el propio autor y, sobre todo, por algún turista envidioso de mis imágenes. Ya se sabe el ansia de todo turista fanático por fotografiar lo que otros miran. Temí que, al verme poner el objetivo en un señor sentado en la terraza, una turba de mirones se congregara para acechar al posible famoso. Hice mi foto con disimulo y luego la revisé mientras no quitaba ojo de los movimientos del escritor, no fuera a desaparecer en un descuido. Tuve que ampliar la foto como en aquella película de Antonioni, Blow-Up, que estaba basada en cuento de Cortázar. Revisé la imagen y comprobé que no era demasiado buena. Era oscura por la distancia y por las sombras de los árboles. Esto, pensé, no suponía tanto problema pues al fin y al cabo todo el asunto iba de metáforas de sombra y desaparición. Lo que sí me pareció un estorbo fue una de esas pizarras con ofertas de raciones que ponen los bares a la puerta del local. Y es que justo debajo de la figura concentrada de Vila-Matas se veía un cartel anunciando boquerones en vinagre, mejillones y patatas cuatro salsas. Pensé que aquel cartel de menús me había arruinado la fotografía del gran escritor, pero luego vi que el contraste de literatura y tapas no vendría tan mal.

El escritor seguía concentrado en su móvil quizá buscando un plano online del camino más corto para escapar del Retiro y desaparecer de los lectores y de los boquerones en vinagre. Quizá buscaba la puerta más adecuada, como hacía en Montevideo, que conectara con otra ciudad, Cascais, St. Gallen o Bogotá. El caso es que allí seguía el escritor, sentado y concentrado y me di cuenta de que aquella imagen evocaba el título de uno de sus decisivos ensayos, aquel de Chet Baker piensa en su arte. La foto podía, por tanto, titularse Vila-Matas piensa en su arte. Y a mí se me ocurrió la pregunta de si aquella pizarra con las tapas veraniegas estaría más del lado finnegans o del lado hire de lo literario.

Pero antes de llegar a una conclusión, noté que el escritor y su acompañante se levantaban para abandonar la terraza y las sombras tomando el camino de la alameda, en dirección a la caseta de la feria. Los seguí de nuevo para asegurarme de que el autor no ejecutaba ninguna maniobra de escapada final. Nada imprevisto ocurrió pues Vila-Matas llegó a la caseta en la sombra y se instaló en el rincón donde recibiría a sus lectores. «Pero se queda, pero se va. ¿Acaso se ha quedado?». Me incorporé a la fila de admiradores y esperé mi turno.

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