Libros y ropa: mundos
con prisas
Dos
libros publicados en el último año hacen sendos diagnósticos de ámbitos en
apariencia lejanos pero que, ante una mirada atenta, viven malos tiempos
comunes.
En
No, no pienses en un conejo blanco (CSIC 2022), Patricio Pron
analiza la situación actual de la literatura desde el punto de vista de los
modos y usos de la lectura y la publicación de libros. En La moda justa
(Anagrama 2021) Marta D. Riezu, elabora un exhaustivo informe del sector de la
moda y el consumo de ropa.
Lo
que acerca a ambos mundos no es solo que provengan de una tradición artesana,
cuando vestidos y libros se creaban en
unos reducidos talleres y en gabinetes donde el silencio era rasgado por el
filo de unas tijeras o por una pluma sobre el papel. Lo que pone a estos dos
mundos culturales en conexión es que el capitalismo los ha convertido en
sistemas productivos acelerados. Tanto la ropa (y la moda) como los libros son
desde el pasado siglo productos equivalentes a coches, teléfonos móviles,
lavadoras o series de televisión. Todos son productos de un consumo desaforado.
En su diagnóstico de «los males» que aquejan a ambos productos Pron y Riezu
llegan a conclusiones parecidas: sobreproducción, rápida obsolescencia,
precarización de los trabajadores de la cadena, excedentes que se destruyen,
baja calidad.
La
ropa actual es barata y caduca, los libros cada vez más superficiales y poco
trabajados. Los lectores son cada vez menos exigentes. El marketing desaforado
se fundamenta en las continuas “novedades”. La ropa mala y su consumo obsesivo
daña los recursos naturales; los malos libros dañan la cultura y anulan el
espíritu crítico.
En La moda justa, Riezu propone
múltiples soluciones, entre ellas la responsabilidad de los consumidores. En No,
No pienses…, Pron señala a diversos actores de la cadena
literaria (autores, editores y críticos) como elementos imprescindibles para un
cambio de rumbo. Sin embargo, la situación es compleja pues el hipercapitalismo
no tiene límites y, es de esperar, que la sobrexplotación tanto del vestir como
de los libros siga su curso hasta un abismo que no podemos imaginar (o sí).
En
lo literario (y es humilde opinión de lector) las cosas no irán a mejor. Por
tanto intuyo que será responsabilidad de los lectores convertirse en otra cosa
que consumidores. Si el establishment libresco (que no literario), esto
es, los grandes grupos editoriales, los autores cómplices de la fabricación de
productos superfluos y una crítica saturada de novedades no parecen tener
capacidad de parar este desaguisado, habremos de convivir con este panorama.
El
lector deberá convertirse en detective de la buena literatura (no solo de las
novedades sino de la tradición), en un lector que busque lo minúsculo, que
indague en los aledaños del mercado, en lo local; un detective que siga el
rastro de lo literario verdadero. A pesar de que el mercado ha convertido el
mundo de los libros en una selva intrincada, el lector genuino, el lector
instruido (quizá el último lector) sobrevivirá ante tales peligros.
Al
crítico le queda una salida: convertirse también en descifrador de enigmas. Ya
lo dijo Osca Wilde: «El crítico de arte y solo él puede apreciar todas las
formas y todas la maneras. A él es a quien se dirige el arte», y añade después,
«el porvenir pertenece a la crítica».
Ante
el proceloso mercado banal de los libros, solo busquemos lo verdadero.
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