viernes, 8 de septiembre de 2023

Libros y ropa: mundos con prisas

 

Libros y ropa: mundos con prisas

 

                Dos libros publicados en el último año hacen sendos diagnósticos de ámbitos en apariencia lejanos pero que, ante una mirada atenta, viven malos tiempos comunes.

                En No, no pienses en un conejo blanco (CSIC 2022), Patricio Pron analiza la situación actual de la literatura desde el punto de vista de los modos y usos de la lectura y la publicación de libros. En La moda justa (Anagrama 2021) Marta D. Riezu, elabora un exhaustivo informe del sector de la moda y el consumo de ropa.

                Lo que acerca a ambos mundos no es solo que provengan de una tradición artesana, cuando  vestidos y libros se creaban en unos reducidos talleres y en gabinetes donde el silencio era rasgado por el filo de unas tijeras o por una pluma sobre el papel. Lo que pone a estos dos mundos culturales en conexión es que el capitalismo los ha convertido en sistemas productivos acelerados. Tanto la ropa (y la moda) como los libros son desde el pasado siglo productos equivalentes a coches, teléfonos móviles, lavadoras o series de televisión. Todos son productos de un consumo desaforado. En su diagnóstico de «los males» que aquejan a ambos productos Pron y Riezu llegan a conclusiones parecidas: sobreproducción, rápida obsolescencia, precarización de los trabajadores de la cadena, excedentes que se destruyen, baja calidad.

                La ropa actual es barata y caduca, los libros cada vez más superficiales y poco trabajados. Los lectores son cada vez menos exigentes. El marketing desaforado se fundamenta en las continuas “novedades”. La ropa mala y su consumo obsesivo daña los recursos naturales; los malos libros dañan la cultura y anulan el espíritu crítico.

                En La moda justa, Riezu propone múltiples soluciones, entre ellas la responsabilidad de los consumidores. En No, No pienses…, Pron señala a diversos actores de la cadena literaria (autores, editores y críticos) como elementos imprescindibles para un cambio de rumbo. Sin embargo, la situación es compleja pues el hipercapitalismo no tiene límites y, es de esperar, que la sobrexplotación tanto del vestir como de los libros siga su curso hasta un abismo que no podemos imaginar (o sí).

                En lo literario (y es humilde opinión de lector) las cosas no irán a mejor. Por tanto intuyo que será responsabilidad de los lectores convertirse en otra cosa que consumidores. Si el establishment libresco (que no literario), esto es, los grandes grupos editoriales, los autores cómplices de la fabricación de productos superfluos y una crítica saturada de novedades no parecen tener capacidad de parar este desaguisado, habremos de convivir con este panorama.

                El lector deberá convertirse en detective de la buena literatura (no solo de las novedades sino de la tradición), en un lector que busque lo minúsculo, que indague en los aledaños del mercado, en lo local; un detective que siga el rastro de lo literario verdadero. A pesar de que el mercado ha convertido el mundo de los libros en una selva intrincada, el lector genuino, el lector instruido (quizá el último lector) sobrevivirá ante tales peligros.

                Al crítico le queda una salida: convertirse también en descifrador de enigmas. Ya lo dijo Osca Wilde: «El crítico de arte y solo él puede apreciar todas las formas y todas la maneras. A él es a quien se dirige el arte», y añade después, «el porvenir pertenece a la crítica».

                Ante el proceloso mercado banal de los libros, solo busquemos lo verdadero.


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