viernes, 21 de junio de 2024

 

Por qué Georges Perec

Kim Nguyen

La uña rota, 2024

67 páginas

 

 


 

                Las razones de Kim Nguyen para escribir Por qué Georges Perec solo tienen explicación para quienes hayan leído al autor francés. Lo dice la respuesta 229 del libro: «Porque cualquier tentativa de agotar la obra de Georges Perec sería, con toda seguridad, infructuosa».

                Pero antes de comenzar esta reseña voy a hacer una advertencia a potenciales lectores: este libro es adictivo. Yo caí en la trampa. Al llegar a casa con el librito quise echarle una rápida ojeada como quien abre la ventana al alba para ver qué día nos espera, pero me encontré pasando páginas sometido a una fuerza de atracción que impedía cerrar el libro y salir a la realidad. Era como si me hubiera lanzado a un río cuya corriente me arrastrara hacia un abismo desconocido. Leí respuestas y atravesé páginas como si de una novela de enigma se tratara. Me parecía que cada razón de Nguyen para acercarse a Perec fuera una pista para resolver el caso de una novela policiaca. Seguí los pasos de Nguyen para ver si al final saltaba alguna sorpresa, alguna revelación o el indicio de un misterio. No pude dejar de leer el libro hasta agotar las respuestas a la pregunta del título. Y sí, al final de la historia se resuelve un enigma. Nguyen nos muestra y demuestra que Georges Perec sigue vivo.

                Este libro atrapa. Gracias a dios que es un libro corto. Quizá esta reseña llegue a tener más palabras que el propio libro sobre Perec. Eso no sería nada extraño dado que Perec era el autor de la ligereza y de la brevedad. Su libro La vida instrucciones de uso —el primero que leí en los años ochenta— tiene más de seiscientas páginas, eso es cierto, pero es un libro de brevedades, de pequeñas piezas de un puzle que, juntas, crean la apariencia de totalidad, de infinito.

                Es lo mismo que ha hecho Kim Nguyen en este libro, construirlo con piezas del puzle de su amor por el autor. Cada una de las respuestas, que podrían ser infinitas, son huellas sobre las que ponemos nuestros propios pasos, con delicadeza, para seguir el rastro de un escritor feliz, tierno y juguetón. Seguimos las pisadas de Nguyen con la confianza en un lector ferviente, un lector que se ha adentrado en la topografía perequiana y ha salido de allí con un puñado de respuestas que no dejan de ser nuevas preguntas.

                Respuesta 108: “Porque Perec consideraba que la literatura es un gran puzle cuyas piezas son las obras de los escritores que le alimentaron y le dieron ganas de escribir. «Una especie de constelación con en el centro (o en los bordes) una pieza vacía que es la que yo vendré a llenar».”

                Respuesta 227: “Porque no cabe duda de que, para Perec, es un honor ser uno de los autores más saqueados de la literatura actual.”

                Lo decía el propio Perec en su libro El gabinete de un aficionado. En palabras de un ficticio crítico de arte, Lester K. Nowak, decía que “toda obra es el espejo de otra” y, asemejando el acto de escribir con el de pintar como una «dinámica reflexiva».

                Con las doscientas treinta y seis respuestas que Nguyen nos da en su libro crea un artefacto literario de primer orden, una máquina combinatoria como las que gustaba fabricar el OULIPO, al que perteneció el escritor Perec.

El libro de Kim Nguyen es también eso, “una dinámica reflexiva”.

                Y como dije al principio, el lector se ve atrapado en la topografía perequiana, entrando y saliendo por puertas que se comunican tanto con la tradición literaria como con la más divertida experimentación. Perec, nos viene a mostrar y demostrar Kim Nguyen, es un “tapiz que se dispara en muchas direcciones”, un escritor que a través del detalle llega hasta la totalidad.

                Lean esta propuesta de Nguyen los lectores adeptos y adictos a Perec y también los que pasen por ahí, los que esperan de la literatura algo más que productos fabricados en serie. Con este librito de Kim Nguyen tienen la llave para un universo infinito.

                “Porque Perec es futuro”, dice la respuesta 231.


Publicado en Entreletras, junio 2024

 

jueves, 20 de junio de 2024

 

La última frase

Camila Cañeque

La Uña Rota, 2024

 

 


 

                Habría que empezar por el final y seguir el juego de la autora para colocarse ante el abismo de los finales y mirar hacia abajo. Camila Cañeque falleció poco antes de ver publicado este su primer y último libro. Falleció mientras dormía, de muerte súbita con 39 años. La autora escribió su última frase en el entreacto del sueño, pero nos ha dejado este magnífico dispositivo de 452 frases finales de 452 libros para que contemplemos la inapelable terminación de todo cuanto nos acontece.

                La última frase es un libro de libros, un libro de fragmentos de libros con los que componer un libro renovado y de todo sentido. Es un libro de amor a lo literario, lo único verdaderamente real. Las últimas frases de los libros parecieran no tener importancia, serían amables e intrascendentes puertas de salida a otros mundos, al nuestro de cada día.

                En su ensayo Aspectos de la novela decía E.M. Forster que es en los finales donde el autor pierde aliento y, en ocasiones, no sabe cómo terminar y también en ocasiones lo hace de cualquier modo. Y, como demuestra Camila Cañeque con La última frase, esos finales, esas palabras —a veces eso, solo una palabra— dice más que todo lo dicho en el libro. O al menos no son pasadizos entreabiertos de cualquier modo por el autor para terminar su obra y despedirse sigilosamente.

                «y yo seguía centrada en las frases que están en la antesala de lo que no existe», dice la autora en la página 43 para explicarnos el proceso doloroso de darle sentido a una obra hecha de retazos y trozos (finales) de libros ajenos. Lo hace invocando la última frase de un libro de Annie Ernaux, Perderse, «Esta necesidad que tengo de escribir algo peligroso para mí, como la puerta de un sótano que se abre, donde hay que entrar cueste lo que cueste».

                Camila Cañeque no ha escrito un compendio de frases en fila, no se trata de un catálogo o de una lista de frases sin orden. La autora nos va mostrando su proceso vital durante la composición, de años, de un texto sin fin. «Era un impulso por paliar las despedidas propias y los finales personales, como si esperase una reparación o como si quisiera estar más preparada. Un constante ensayar la muerte sin entrar en ella».

                En literatura ha llegado el momento de la desaparición. Todo lo hasta ahora escrito es todo lo que se puede decir y, desde este momento, lo que viene, si viene, será un juego de recortes y reescritura, de reconstrucciones y puzles fabricados con lo que hay. En La última frase, Cañeque, ha sabido ver este instante y ha creado un architexto, una ficción de la ficción. Es esta una obra que ha entendido la necesidad de reconformar el ámbito literario partiendo de lo ya escrito. Es el final del principio o el principio del final.

                Pero ese final es asomarse al abismo y no mirar hacia abajo sino hacia delante. Dice la autora, en la página 60: «La ficción nos ofrece la seguridad de su propia muerte. Es la mayor fabricante de finales. Y la mejor». Así pues, de la muerte de la ficción —y de la propia literatura— surge la creación. Nos habla la autora de los finales como pequeños tratados del apocalipsis. Las llama «pequeñas criaturas apocalípticas» y las contempla como generadoras de expectativas. Todo pequeño final, transitorio, es el comienzo de algo, es una posibilidad de alargar el ahora.

                La autora, ya al final de su libro, nos avisa de haber salido de una prisión hecha de puertas de salida. Este libro, La última frase, es la puerta definitiva por la que escapar de esa prisión de fragmentos con forma de barrotes a través de los cuales, sin embargo, podían entrar los rayos del sol.

                Es este un libro para asiduos de la lectura, quizá para letraheridos y también, por qué no, para juguetones lectores de tipo perecquiano, esos que gustan de clasificar, repetir, agotar lugares y lecturas, aquellos que disfrutan a veces dolorosamente detectando grietas entre las palabras, casillas por rellenar, hacer juegos malabares con las frases ajenas para crear citas propias.

                La última frase escrita por Camila Cañeque, escritora, artista y filósofa, en su libro La última frase es:

«Una más».

Publicado en Entreletras, junio 2024

 DINÁMICAS DEL LECTOR


 


                Me ha intrigado siempre una cita de Macedonio Fernández que dice: «La del lector es la carrera literaria más difícil». Macedonio, ya saben, fue un escritor argentino maestro de Borges. He recordado esta cita porque es tiempo de Feria del Libro en Madrid y todos dan vueltas al asunto de la lectura. Unos dicen que se lee menos, otros que hay más lectores que nunca y algunos que se lee poco y mal. En fin, que he estado pensando en esto y voy a añadir unas notas.

                Se me ocurre de principio aceptar que los lectores sean la parte más importante del hecho literario, pues, por ejemplo, críticos, editores y agentes no son más que lectores con diferente motivación. ¿El lector más importante que el escritor? Bueno, sigamos el juego a Macedonio.

                ¿Por qué la del lector la actividad más difícil? Ya sabemos —al menos quienes hayan leído al argentino— el juego que se traía con los lectores el autor de la inconclusa novela Museo de la novela de la Eterna. En esa obra, inacabada a propósito o comenzada indefinidamente por el escritor, se apela al lector para convertirle en personaje. Macedonio quería al Lector salteado como destinatario ideal de su obra de infinitos prólogos. El Lector salteado de Macedonio «no ejerce una actividad curiosa de final, sino un recorrido que hace sus búsquedas, que elige sus propios criterios, se mueve en el texto con autonomía, es atópico».

                Macedonio buscaba un lector torcido, como decía Canetti que se adquiere el saber, mediante el salto de caballo del ajedrez. No quería al Lector seguido, que es «aquel rutinario de la vida cotidiana que traspone ingenuamente sus ordenamientos ininterrumpidos, consolidados y tranquilizadores a sus experiencias artísticas». Con todo lo dicho no es de extrañar que Macedonio considere esa “carrera” tan difícil.

                Para aclararme he pasado a ver qué han dicho otros. Un teórico de la lectura, Wolfgang Iser, afirmó que «el lector ha llegado a ser la “referencia sistemática”. También Ignacio Echevarría, un solvente crítico y editor español, proponía que «el lector es el nuevo héroe literario».

                Referencia, héroe, carrera difícil… Así estamos. Parece todo muy complicado. Por el contrario, los lectores del siglo XXI son más simples. En su mayoría, leen lo que les ofrecen los medios de masas o los premios millonarios. No se complican la vida. Es lo que he llamado en otro lugar el “lector estuche” (El lector estuche I y II, Revista Entreletras, 2023), un lector blando y acomodado, amigo de seguir el gusto de la mayoría y pica en las coloridas mesas de novedades

                Entonces, ¿qué tipo de lector es un héroe, una referencia sistemática, un lector con carrera? El lector actual promedio parece que no. Más bien sería un tipo de lector o lectora insólitos y activos. Y paradójicamente, para ese lector la situación actual de la literatura —auge mercantilista, sobreproducción, barullo editorial— me parece una oportunidad. Aguza el ingenio, convierte a ese lector insólito en detective.

                Del lector detective ya habló Ricardo Piglia en su libro El último lector. De él dice que su lectura es siempre inactual, está siempre en el límite. Su programa —añade— es el de la lentitud, un demorarse para llegar el último. «La figura del último lector es múltiple y metafórica», concluye el autor argentino. Recuerda al «private eye», el detective privado que interroga las huellas del crimen, ese descifrador de enigmas que nace con el Dupin de Poe y se estira en el Marlowe de Chandler o en el Sam Spade de Hammet. Este lector pasa de largo las mesas de novedades, esquiva los premios, soslaya las reseñas interesadas y se adentra en el oscuro fondo de la librería en busca del ejemplar insólito.

                Ese programa de la lentitud es el que usa muy bien la escritora Elisa Rodríguez Court, que en su libro La penúltima lectora hace lecturas lentas e inteligentes con esa demora propia de una flâneuse que recorre las veredas de libros amados, dejando notas al pie sabias y verdaderas. «Leer —dice Rodríguez Court— ha de parecerse al instante en que entro en mi frío dormitorio y mi propio cuerpo muerto me coge del todo desprevenida».

                Se me ocurre que quizá el lector más cercano a lo que venimos buscando sería, en estos tiempos apresurados, el lector de poesía, el último reducto de lo literario.

                Pero volvamos a la dichosa frasecita de Macedonio. ¿Por qué el lector ha de hacer una “carrera” literaria? Pareciera que no es suficiente con leer e interpretar los textos. ¿Por qué es tan importante la “función” del lector? Me acuerdo de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en la que los libros están prohibidos, el estado los persigue y los quema con potentes lanzallamas. Contra esa desaparición hay lectores que los memorizan y los “narran” a quienes quieran leerlos de nuevo. Todo esto está muy bien, pero la pregunta es: ¿dónde estaban los escritores? ¿qué hacían para perseverar el futuro de la literatura?

                Pues la respuesta es nada, los escritores no hicieron nada porque habían desaparecido, dejaron de escribir hace mucho tiempo, cuando la sociedad se acostumbró a la inexistencia de los libros y su interés se desvió al mero entretenimiento (series de televisión, viajes) y a la ausencia de reflexión. Los escritores y, en consecuencia, la industria editorial, desfallecieron y renegaron de su función primordial, que era “mantener el nivel alcanzado” por la tradición literaria. Solo los lectores, ciertos lectores, mantienen la herencia literaria, el arte. Aquellos lectores no se dejaron vencer.

                En la sociedad actual no se persiguen los libros, sino que se multiplican, proliferan, se venden en cualquier sitio. Algunos dicen que tal profusión de libros convierte lo literario en una selva feraz e inextricable. Al contrario que en la novela de Bradbury, ahora los escritores abundan, casi todo el mundo escribe. No se persiguen los libros, no se prohíben. Entonces, ¿cuál es el problema?, preguntan algunos.

                Ningún problema, diría yo, pero me doy cuenta de que en este embrollo necesitamos otro tipo de lector. Necesitamos a ese lector detective, al lector héroe, a la penúltima lectora y al último lector.

                La tarea del lector del siglo XXI ha de ser aquella que proponía Michel de Certeau en su libro La invención de lo cotidiano. Las artes de hacer. Venía a decir Certeau que el lector debía convertirse en cazador furtivo. Creo que merece la pena citarlo en su extensión: «Muy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio, herederos de labriegos de antaño, pero sobre el suelo del lenguaje, cavadores de pozos y constructores de casas, los lectores son viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que no han escrito, que roban los bienes de Egipto para disfrutarlos».

                No se puede describir mejor la función del lector necesario en este nuevo siglo. La razón es bien sencilla. Lo explica bien el experto en comunicación Charly Sarti en su artículo El desafío de la atrofia narrativa: «En un mundo automatizado como el que prevemos, donde las máquinas se encarguen de tareas rutinarias, serán las mentes cultivadas en el arte narrativo y en la creatividad, aquellas capaces de ver patrones, extraer significados y comunicar visiones inspiradoras, las que marcarán el rumbo».

                Pareciera que propongo un renovado elitismo, es cierto, pero es que lo subversivo ahora es ser elitista. Entonces, me pregunto dónde están estos lectores, ¿necesitan, como decía Macedonio, una “carrera” para llegar a serlo? La cosa puede ser más sencilla. Se trata de ser lector salteado, detective y cazador furtivo. Un lector, en definitiva, que no se deje embaucar por la tontería general.

                Hablo de un lector híbrido entre el “compañero amistoso” al que apelaba Laurence Sterne en su Tristram Shandy y esos “lectores termitas” de los que ha escrito Enrique Vila-Matas, «aquellos a quienes les gusta perderse en una bruma de suburbio o en la esquina más olvidada y desde allí estrujarlo todo para así poder mirar la vida con el estilo de la felicidad».

                Estos lectores termitas de Vila-Matas se moverían por los pasajes subterráneos del mercado masivo y diría, en fin, que se parecen más al Montaigne recluido en su torreón con unos pocos libros, un gabinete en penumbra en el que su actividad se hace subversiva estrategia contra la luz cegadora del exceso libresco.

Publicado en Café Montaigne, junio 2024

  Nocturne de Gibraltar Autor: Gennaro Serio Editorial: Éditions L’orma, 2024                   Esta no va a ser una reseña al uso, lo advie...