DINÁMICAS DEL LECTOR
Me
ha intrigado siempre una cita de Macedonio Fernández que dice: «La del lector
es la carrera literaria más difícil». Macedonio, ya saben, fue un escritor
argentino maestro de Borges. He recordado esta cita porque es tiempo de Feria
del Libro en Madrid y todos dan vueltas al asunto de la lectura. Unos dicen que
se lee menos, otros que hay más lectores que nunca y algunos que se lee poco y
mal. En fin, que he estado pensando en esto y voy a añadir unas notas.
Se
me ocurre de principio aceptar que los lectores sean la parte más importante del
hecho literario, pues, por ejemplo, críticos, editores y agentes no son más que
lectores con diferente motivación. ¿El lector más importante que el escritor?
Bueno, sigamos el juego a Macedonio.
¿Por
qué la del lector la actividad más difícil? Ya sabemos —al menos quienes hayan
leído al argentino— el juego que se traía con los lectores el autor de la
inconclusa novela Museo de la novela de la Eterna. En esa obra, inacabada
a propósito o comenzada indefinidamente por el escritor, se apela al lector
para convertirle en personaje. Macedonio quería al Lector salteado como
destinatario ideal de su obra de infinitos prólogos. El Lector salteado de
Macedonio «no ejerce una actividad curiosa de final, sino un recorrido que hace
sus búsquedas, que elige sus propios criterios, se mueve en el texto con
autonomía, es atópico».
Macedonio
buscaba un lector torcido, como decía Canetti que se adquiere el saber,
mediante el salto de caballo del ajedrez. No quería al Lector seguido, que es
«aquel rutinario de la vida cotidiana que traspone ingenuamente sus
ordenamientos ininterrumpidos, consolidados y tranquilizadores a sus
experiencias artísticas». Con todo lo dicho no es de extrañar que Macedonio considere
esa “carrera” tan difícil.
Para
aclararme he pasado a ver qué han dicho otros. Un teórico de la lectura,
Wolfgang Iser, afirmó que «el lector ha llegado a ser la “referencia
sistemática”. También Ignacio Echevarría, un solvente crítico y editor español,
proponía que «el lector es el nuevo héroe literario».
Referencia,
héroe, carrera difícil… Así estamos. Parece todo muy complicado. Por el
contrario, los lectores del siglo XXI son más simples. En su mayoría, leen lo
que les ofrecen los medios de masas o los premios millonarios. No se complican
la vida. Es lo que he llamado en otro lugar el “lector estuche” (El
lector estuche I y II, Revista Entreletras, 2023), un lector blando y
acomodado, amigo de seguir el gusto de la mayoría y pica en las coloridas mesas
de novedades
Entonces,
¿qué tipo de lector es un héroe, una referencia sistemática, un lector con
carrera? El lector actual promedio parece que no. Más bien sería un tipo de
lector o lectora insólitos y activos. Y paradójicamente, para ese lector la
situación actual de la literatura —auge mercantilista, sobreproducción, barullo
editorial— me parece una oportunidad. Aguza el ingenio, convierte a ese lector
insólito en detective.
Del
lector detective ya habló Ricardo Piglia en su libro El último lector.
De él dice que su lectura es siempre inactual, está siempre en el límite. Su
programa —añade— es el de la lentitud, un demorarse para llegar el último. «La
figura del último lector es múltiple y metafórica», concluye el autor
argentino. Recuerda al «private eye», el detective privado que interroga
las huellas del crimen, ese descifrador de enigmas que nace con el Dupin de Poe
y se estira en el Marlowe de Chandler o en el Sam Spade de Hammet. Este lector
pasa de largo las mesas de novedades, esquiva los premios, soslaya las reseñas
interesadas y se adentra en el oscuro fondo de la librería en busca del
ejemplar insólito.
Ese
programa de la lentitud es el que usa muy bien la escritora Elisa Rodríguez Court,
que en su libro La penúltima lectora hace lecturas lentas e inteligentes
con esa demora propia de una flâneuse que recorre las veredas de libros
amados, dejando notas al pie sabias y verdaderas. «Leer —dice Rodríguez Court—
ha de parecerse al instante en que entro en mi frío dormitorio y mi propio
cuerpo muerto me coge del todo desprevenida».
Se
me ocurre que quizá el lector más cercano a lo que venimos buscando sería, en
estos tiempos apresurados, el lector de poesía, el último reducto de lo
literario.
Pero
volvamos a la dichosa frasecita de Macedonio. ¿Por qué el lector ha de hacer
una “carrera” literaria? Pareciera que no es suficiente con leer e interpretar
los textos. ¿Por qué es tan importante la “función” del lector? Me acuerdo de la
novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en la que los libros están
prohibidos, el estado los persigue y los quema con potentes lanzallamas. Contra
esa desaparición hay lectores que los memorizan y los “narran” a quienes
quieran leerlos de nuevo. Todo esto está muy bien, pero la pregunta es: ¿dónde
estaban los escritores? ¿qué hacían para perseverar el futuro de la literatura?
Pues
la respuesta es nada, los escritores no hicieron nada porque habían
desaparecido, dejaron de escribir hace mucho tiempo, cuando la sociedad se
acostumbró a la inexistencia de los libros y su interés se desvió al mero
entretenimiento (series de televisión, viajes) y a la ausencia de reflexión.
Los escritores y, en consecuencia, la industria editorial, desfallecieron y
renegaron de su función primordial, que era “mantener el nivel alcanzado” por
la tradición literaria. Solo los lectores, ciertos lectores, mantienen la
herencia literaria, el arte. Aquellos lectores no se dejaron vencer.
En
la sociedad actual no se persiguen los libros, sino que se multiplican,
proliferan, se venden en cualquier sitio. Algunos dicen que tal profusión de
libros convierte lo literario en una selva feraz e inextricable. Al contrario
que en la novela de Bradbury, ahora los escritores abundan, casi todo el mundo
escribe. No se persiguen los libros, no se prohíben. Entonces, ¿cuál es el
problema?, preguntan algunos.
Ningún
problema, diría yo, pero me doy cuenta de que en este embrollo necesitamos otro
tipo de lector. Necesitamos a ese lector detective, al lector héroe, a la
penúltima lectora y al último lector.
La
tarea del lector del siglo XXI ha de ser aquella que proponía Michel de Certeau
en su libro La invención de lo cotidiano. Las artes de hacer. Venía a
decir Certeau que el lector debía convertirse en cazador furtivo. Creo que
merece la pena citarlo en su extensión: «Muy lejos de ser escritores,
fundadores de un lugar propio, herederos de labriegos de antaño, pero sobre el
suelo del lenguaje, cavadores de pozos y constructores de casas, los lectores
son viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan
furtivamente a través de los campos que no han escrito, que roban los bienes de
Egipto para disfrutarlos».
No
se puede describir mejor la función del lector necesario en este nuevo siglo.
La razón es bien sencilla. Lo explica bien el experto en comunicación Charly
Sarti en su artículo El desafío de la atrofia narrativa: «En un mundo
automatizado como el que prevemos, donde las máquinas se encarguen de tareas
rutinarias, serán las mentes cultivadas en el arte narrativo y en la
creatividad, aquellas capaces de ver patrones, extraer significados y comunicar
visiones inspiradoras, las que marcarán el rumbo».
Pareciera
que propongo un renovado elitismo, es cierto, pero es que lo subversivo ahora
es ser elitista. Entonces, me pregunto dónde están estos lectores, ¿necesitan,
como decía Macedonio, una “carrera” para llegar a serlo? La cosa puede ser más
sencilla. Se trata de ser lector salteado, detective y cazador furtivo. Un
lector, en definitiva, que no se deje embaucar por la tontería general.
Hablo
de un lector híbrido entre el “compañero amistoso” al que apelaba Laurence
Sterne en su Tristram Shandy y esos “lectores termitas” de los que ha escrito
Enrique Vila-Matas, «aquellos a quienes les gusta perderse en una bruma de
suburbio o en la esquina más olvidada y desde allí estrujarlo todo para así
poder mirar la vida con el estilo de la felicidad».
Estos
lectores termitas de Vila-Matas se moverían por los pasajes subterráneos del
mercado masivo y diría, en fin, que se parecen más al Montaigne recluido en su
torreón con unos pocos libros, un gabinete en penumbra en el que su actividad se
hace subversiva estrategia contra la luz cegadora del exceso libresco.
Publicado en Café Montaigne, junio 2024