Un puñado
de flechas
María Gainza
Anagrama, 2024
244 páginas
«Podría
decirse que alguna vez fui una coleccionista de subrayados. Muchos de ellos han
terminado en este texto», dice la autora en una nota de la página 44.
Se trata de
una advertencia (o constatación) de la forma audaz de escribir o enfrentarse a
la escritura que tiene María Gainza. Su modo es un poco aquello del «modo
linterna» de Chejfec, un modo de paseante con candil que ilumina las zonas
oscuras.
Este modo de
Gainza, por cierto, ya lo ejecutaba en su libro El nervio óptico, que
quien escribe leyó tras lectura del título reseñado aquí. Así pues, lo que diga
vale para ambos libros, adscritos a la misma y conjunta excelencia narrativa.
Libros, además, con la virtud de proponer lectura y relectura.
Un puñado
de flechas son textos mestizos, aquellos que toman y dan referencias de
otras artes. No en vano Gainza, nacida en Buenos Aires, fue crítica de arte y
ha impartido cursos sobre ello. Es de lo que va este libro, de las tangentes y
tangenciales flechas entre arte y literatura. La propia autora nos lo avisa:
«La escritura de mis libros debe ser algo que sucede mientras hago otra cosa…».
Escribir mientras se mira de reojo entorno.
Y así sucede
en este libro, que no es novela, ni ensayo, ni relato autobiográfico, ni
crónica porque es todo eso a la vez, quizá más cerca de conceptos afortunados
como «ficción crítica». Aquí se habla mucho de arte, de cuadros, de historias
de la pintura, de las venturas y desventuras de pintores conocidos y menos.
Gainza sabe de lo que habla, pues habla de su vida en el arte y de su
experiencia vital y de su tarea escritural.
César Aira ha
dicho que la literatura es la forma superior de expresión pues acoge a las
otras artes y, paradójicamente, han sido otras artes, pintura, escultura, las
que han imbuido a la narrativa técnicas y formas novedosas y arriesgadas. Así
pasa en este libro de Gainza, que lo narrativo administra miradas artísticas
aledañas a la literatura, pues ese deambular de la autora por las vidas y
trasiegos de pintores, coleccionistas de arte y familiares no es sino
administrar los residuos que han ido dejando aquellas experiencias artísticas y
confabularlas para crear un sistema personal.
La lectura de Un
puñado de flechas (y de El nervio óptico, ya que nos ponemos), se
hace fluida, natural, dialogante y cómplice. El lector se apega al delirio y a
las vicisitudes de la autora, sufre y ríe con ella, se lamenta y se entusiasma.
Y aprende; el lector aprende de pintura, de arte, de la vida (ajena); se
inmiscuye en la intimidad de la narradora para congraciarse con la propia.
Por estas
páginas aparecen Francis Ford Coppola, Cézanne, Thoreau, el enigmático Bodhi
Wind, el pintor Guillermo Kuitca, Alberto Goldenstein y muchos otros. El lector
—y este que escribe lo admite— puede que no haya oído hablar hasta ahora de la
mayoría de ellos, que sus nombres no le digan nada, pero Gainza se ocupa (y eso
lo hace bien) de adscribir al lector a esos nombres y personajes. Tanto daría
si existieran como si no (que es que sí), porque en la lectura se hacen
visibles, tangibles, toman cuerpo narrativo.
Todo lo que
nos cuenta Gainza se hace de nuestra incumbencia porque la autora lo trasmite
sin mayor retórica que la natural de su estilo. Todo lo que nos cuenta parece
hablar de otra esfera, como si hubiera una reverberación aledaña a la melodía
nuclear. «Uno escribe algo para contar otra cosa», ha dicho Gainza en El
nervio óptico, página 20. Y esa es la textura de Un puñado de flechas,
un tapiz formado de palabras y de imágenes, verbo y mirada. No sin razón en el
libro se incluyen fotos, grabados, imágenes de cuadros, fotogramas de
películas. Sin exceso, es cierto, y se agradece la mesura, pues lo que prima es
lo narrativo, lo literario, el lenguaje, la voz.
Quien esto
escribe se ha divertido mucho con ambos libros de María Gainza. Me he divertido
y aprendido. Uno, por tanto, está deseando dar con nuevos libros de la autora,
libros nuevos o (por ahí tiraré, de momento) libros anteriores. Averigua el
lector que existe una novela, La luz negra, de 2019 que obtuvo el premio
Sor Juana Inés de la Cruz y una edición de notas y ensayos sobre arte
argentino, Textos elegidos.
Entonces,
seguir las huellas de María Gainza, de aquellos y estos libros, y terminar esta
reseña con una cita de la propia autora que nos instala en un lugar adecuado.
«No se necesitan más libros en este mundo, pero la sensación de estar absorbida
por la escritura es una tarea de placer exquisito porque te exime de la
realidad. A estar en estado de escritura, no al libro en sí, es a lo que aspiro
cada mañana».
A eso mismo
aspiramos los lectores, y el talento de María Gainza nos lo facilita, a estar
en estado de lectura. Déjense, pues, atravesar por este puñado de flechas. Que
lo disfruten.
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