Los
extrañados
Jorge Freire
Libros del Asteroide, 2024
218 páginas
Jorge Freire,
escritor y filósofo que en los últimos años ha publicado tres ensayos éticos
transidos de recomendaciones del buen vivir, de las costumbres virtuosas y de la
toma de posición ante las banalidades de una sociedad adocenada, regresa, de
alguna manera, a espacios literarios ya transitados en sendas biografías del
filósofo Arthur Koestler y de la escritora Edith Wharton (también compareciente
en este nuevo libro).
Vistos
entonces los precedentes, el lector que haya seguido la trayectoria literaria
de Freire se preguntará: ¿Qué es este libro titulado Los extrañados? ¿Es
ensayo? ¿Es biografía? Pues es ambas cosas. Es género mixto, ruptura de las
fronteras nítidas y asalto a la mejor literatura.
Luego, la
propia etimología de la palabra latina extraneare, que tanto puede
evocar el sentido de ajeno y fuera de lugar (aquello que no encaja) como el uso
más regular de asombro y admiración, marca la posición del autor ante los
personajes tratados y sugiere al lector apreciarlos en su individualidad.
Los protagonistas
son cuatro. El escritor inglés de novela humorística P. G. Wodehouse, la
escritora estadounidense Edith Wharton y los españoles José Bergamín, poeta del
27 y Vicente Blasco Ibáñez, novelista de principios del XX.
La pregunta es
¿por qué estos? Freire podría haber elegido a tantos otros —como estos, poetas,
narradores, gente de la cultura— tan extrañados o más, alienados de su tiempo,
apartados de su sociedad, libérrimos extravagantes o apestados de los cónclaves
normalizados.
Los cuatro
elegidos por Freire valen tanto como cualquier otro si el fin es mostrar y
demostrar la índole “intempestiva” a la que todos debiéramos adscribirnos
alguna vez en la vida. Porque lo que Wodehouse, Bergamín, Blasco y Wharton
enseñan es su vocación de independencia, de individualidad, de sabia
intolerancia a someterse al statu quo, a lo normal y tibio. Se trata de
rebeldes interiores por mucho —y bien merecido— que alcanzaran éxitos y
reconocimientos en sus vidas públicas y profesionales. También sufrieron el
desarraigo, la incomprensión, el aislamiento.
La pericia de
Freire está en hacernos interesante la vida y la contingencia de cuatro
personalidades que a priori no resultarían atractivas (ni intrigantes) a
lectores actuales. Ni sus historias ni su presencia en la memoria social
vigente los convierte en apetecible asunto de revisión. A Bergamín o a Blasco
Ibáñez ya nadie los lee en la España actual; tampoco han dejado huella en el
imaginario cultural. Wodehouse y Wharton quedan un tanto lejos de la atención
del lector nacional, ni siquiera de los muy lectores.
La pericia de
Freire, repito, mediante un relato divertido y ligero, un afilado uso de las metáforas,
giros y cadencia narrativa eleva estos exempla elegidos a paradigmas de
la individualidad y del compromiso con los propios valores. La propia lectura
hace convincente la elección, pues se trata de vidas poderosas, conflictos
personales con la historia y con sus propios conciudadanos.
Y es que
Freire ejecuta una especia de magia con su verbo fluido para convertir, por
ejemplo, la más que probable animadversión hacia un tipo tan atrabiliario como Bergamín
—y su despreciable adscripción a los crímenes del terrorismo de ETA— en
benevolencia hacia el nonagenario poeta del 27, o nos acerca —como si hubiera
ocurrido anteayer— la figura periclitada de Blasco Ibáñez para presentarlo como
epítome del hombre de acción y carácter.
Es, pues, el
entusiasmo de Freire el que nos convence de que las figuras de Wodehouse y
Wharton merecen nuestra atención. Y es esta magia la que anima al lector a
seguir leyendo acerca de las tribulaciones de estos extrañados extraños. La
lectura, desde el inicio, se hace agradable paseo por escenarios, épocas y
confrontaciones personales.
Este
entusiasmo freiriano es virtud ética, posicionamiento humanista y
facundia narrativa. Decía Flaubert que «para escribir bien es necesaria una
cierta alacridad». Así es el estilo freiriano, alegría y presteza para
contar lo que toque.
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