El futuro
futuro
Adam Thirlwell
Anagrama, 2024
Voy
a arriesgarme, desde luego. Voy a aventurar una interpretación del libro de
Adam Thirlwell. No es fácil saber de qué trata esta novela. De qué trata, de
quién trata y en dónde ocurre. Cuál es su paisaje, su época, qué lenguaje
hablan sus personajes. No es fácil asegurar el argumento de El futuro futuro.
Pero lo vamos a hacer.
Todo
empezó con la escritura, dice el libro. No lo dice el narrador, o sí, pero el
narrador está desaparecido. Hay una ausencia de mirada. ¿Estamos en el siglo
XVIII o estamos (están los personajes) en el futuro?
“El verdadero futuro no era lo
que iba a acontecer dentro de un mes o incluso un año, sino el futuro futuro,
decía Saratoga: ajeno e incomunicable”.
Alguien
nos cuenta la historia de una tal Celine y sus amigas. Y lo que le rodea son
las palabras, todo es lenguaje. Un lenguaje que crea desinformación y donde es
“muy difícil encontrar alguna seguridad personal”.
El
universo se desintegra en una nube de calor, cae inevitablemente en un vórtice
de entropía, en una sociedad hecha de palabras e imágenes que circulan y
recirculan,
“—Necesitamos escritores —dijo
Celine.
—¿Escritores? —dijo Marta—.
¿Hablas en serio? ¿No has conocido nunca a un escritor? Les damos alcohol y chicas.
Les damos glamour.”
¿Qué
pasa con los escritores? Toda la novela está recorrida por el espectro (a veces
corpóreo, sí) de los escritores. “En la
historia del mundo, dijo Marta, los más corruptibles, los más letales y más
inocentes siempre habían sido los escritores”.
En
ese siglo de las Luces, que parece desplazado al futuro, había escritura por
todas partes. El mundo era una jungla llamada escritura. ¿Es, pues nuestra
época, el siglo XXI? O es más bien el futuro del nuestro siglo donde ya todo se
iba convirtiendo en datos y desinformación.
Thirlwell
juega con los tiempos, y juega con el lenguaje. Esparce términos “modernos” en
un espacio temporal remoto. Aquí circulan taxis, la gente lleva mochilas,
repostan en gasolineras, están sometidos al algoritmo, contemplan
fotografías…
Entonces,
esa Celine y sus amigas (y amigos) ¿en dónde viven? Viven en el lenguaje. Viven
en el libro que leemos. Viven el nuestra imaginación, en la ficción.
El
mundo de esta novela es un viejo mundo a punto de desaparecer “por completo y
convertirse en una pequeña cadena digital de símbolos, desvaneciéndose en el
aire blanco”.
¿Se
refiere el narrador al blanco de una página en blanco? En ese espacio
disponible para el autor, en el que está a su disposición todas las
posibilidades del universo, es donde residimos quienes nos adentramos en un
libro.
Solo
al escribirlas, las cosas toman sentido y, de algún modo acontecen y se
proyectan hacia el futuro en nuestro recuerdo. Esto es lo que Thirlwell nos
plantea. La creación del mundo, de la realidad. Y aquí se aprecian trazas de
grandes creadores de mundos: Nabokov, Vonnegut, Flaubert.
Thirlwell
ya nos trasladó al espacio de la escritura en aquel alucinante y alucinado
libro La novela múltiple, un ensayo sobre la creación donde aparecían
Laurence Sterne, Nabokov, Bohumil Hrabal, Gadda y algunos más.
Y
este El futuro futuro bebe de esas fuentes. Y de Joyce, Gombrowicz,
Diderot. Y, claro, con esos mimbres la historia de esta novela se nos va de las
manos y se le va de las manos al autor (porque la suelta), y viajamos a la luna
con Celine en un futurible episodio con encuentro extraterrestre y donde
fabrican libros sin autor, ¿les suena esto? “—Hace mucho tiempo —dijo Harper—
nos dimos cuenta de que una historia no necesita autor”.
Y
luego atravesamos el espejo como la Alicia de Carroll.
Y
a vuelta con los escritores, la novela los halaga y los desprecia, leemos: “Un
escritor es un animal que suele ser puro pero que de alguna manera busca la
fama en todo momento, por letal que pueda ser esta, porque también está
infectado por la enfermedad de la intemporalidad. Ama el lenguaje y quiere
crear obras en las que esa materia oscura se haga luz, pero también quiere que
ese lenguaje dure para siempre. Y así, tristemente, el escritor es ese animal
que confunde fama con amor”.
La
novela de Thirlwell “crea” el mundo, su mundo. ¿Como toda novela? Puede, pero
aquí es el lenguaje, las palabras las que generan a partir del vacío. Es la
fiesta del lenguaje. Mención escondida a aquello que dijera (escribiera) Sergio
Chejfec sobre que en el centro de ese vacío había otra fiesta.
Y,
según el narrador, los libros se habían acabado, pero había brotado otro poder:
el lenguaje. ¿Paradoja? ¿Sinsentido? Nada de eso. Ya nos advirtió Ray Bradbury
en su Fahrenheit 451. Libros prohibidos y demasiadas palabras en las
paredes. Y gente viajando para no pararse a pensar, todos en continuo
divertimento. ¿Les suena?
“Los
libros se habían acabado, lo decía todo el mundo constantemente, pero las
revistas seguían estando por todas partes, y tal vez era lógico. La revistas
eran lo contrario a la literatura; no eran escépticas ante nada, el universo
que describían era del todo irreal…”
Así
es el mundo de El futuro futuro. Casi el presente de un pasado inmediato.
Un mundo donde los clásicos se habían acabado y en el que haría falta un nuevo
tipo de escritura, “algo que permitiera a los lectores comprender la fuerza
histórica de las verdades nuevas”.
Esta es la realidad de El
futuro futuro. El lector termina de leer y no tiene ni idea de dónde se
ubica exactamente “esa realidad que producen las palabras”, pero sabe también
que tal realidad existe.
Publicado en Entreletras, mayo 2024
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