Literatura y entropía
Algunas
definiciones dicen que la entropía es la medida del desorden. También que la
entropía mide la energía perdida en un proceso termodinámico. Se trata de la
segunda Ley de la termodinámica, establecida por Rudolf Clausius en 1865.
Según otros la
entropía es una medida de la incertidumbre, no del desorden. Se confunde con el
desorden porque un sistema desordenado resulta en una gran incertidumbre. Dan
Styer usa la palabra libertad: «Un club (macroestado) con normas más permisivas
que otro permite a sus miembros (microestados) una mayor variedad de opciones.»
Fue el físico
Boltzmann quien introdujo el concepto de «medida estadística del desorden
entendido como distribución de probabilidad; desorden no, probabilidad.»
El título de
un texto del escritor Sergio Chejfec, titulado Entropía me confirma que
ese proceso termodinámico podría explicar ciertos comportamientos literarios. Una
vez leído y releído el texto me ha invadido cierta desilusión, y es que Chejfec
confunde —un error corriente— entropía con desorden y desaprovechamiento de la
energía.
Con todo,
algunas reflexiones de Chejfec apelan al criterio que intuyo aún puede jugar la
entropía en la explicación del acto literario. Me refiero a su afirmación de
que «el lugar de desarrollo de la entropía» lo podemos encontrar en esa «tensión
de incertidumbre» propia de la ambigüedad de la lengua que le confiere rango de
arte.
Ilya
Prigogine, físico y químico de origen ruso y nacionalizado belga desarrolló
algo llamado Termodinámica No Lineal de los Procesos Irreversibles (TNLPI),
denominación que bien se les podía haber ocurrido a William Burroughs o a
Philip K. Dick.
Lo que dice
Prigogine es que «en situaciones lejos del equilibrio se forman nuevas
estructuras» (las llama estructuras disipativas) y denominó «orden mediante
fluctuaciones» a la dinámica de formación de tales estructuras.
Pues bien, lo
que descubrió Prigogine es que el equilibrio no es más (no es siempre) el único
estado final posible de un sistema. En términos físicos, no es el único atractor.
Es más, dice el científico, «en ese camino entrópico los atractores caóticos
son fuente de creación, de aparición de nuevas estructuras y pautas complejas
de organización.»
Recomiendo
leer La nueva alianza (1980), libro de Ilya Prigogine escrito en
colaboración con su ayudante Isabelle Stengers.
La literatura
y, subrogada a ella, la narración (novela, relato, ensayo) o el hecho poético,
son sistemas abiertos y complejos. Son, me parece a mí, estructuras disipativas
sujetas a transformaciones.
Me da por
pensar, entonces, que el máximo equilibrio del lenguaje es el diccionario,
donde se produce el máximo desorden. Cuando un escritor se propone crear
literatura con el lenguaje comienza a alterar ese equilibrio inane (el del
diccionario) y a producir un nuevo caos estructurado. En el proceso de desorden
que provoca el escritor al manipular el sistema — y aquí incluimos tanto al
lenguaje como a la tradición literaria, es decir, otras obras, escritores, o géneros—
utilizará atractores como puedan ser el estilo, la metáfora, la cita o la intertextualidad.
De esta última trata Yuri Lotman en La estructura del texto artístico,
donde trata de la entropía en los textos literarios, pero no iremos por ese
camino tan académico.
Esto lo ha
expresado muy bien Rodrigo Fresán, otro escritor argentino, que ha dicho:
«Mientras escribo pienso que ordeno el caos cuando en realidad genero un nuevo
tipo de desorden.»
El Ulises,
de Joyce es cuando menos un exacerbamiento de la entropía narrativa.
Los hallazgos
de Prigogine desmontaron el determinismo. Las cosas —el mundo, el cosmos— no
tienen un único final. Recordemos: «el equilibrio no es más el único estado
final.» También desmontan, me parece, las teorías del estructuralismo,
claramente deterministas.
En su libro Teoría
general de la basura (2018) el escritor, físico y ensayista Agustín
Fernández Mallo alude al también escritor, artista y filósofo Manuel de Landa,
impulsor de la Teoría del Ensamblaje. Propone De Landa la existencia de
dos magnitudes: magnitudes extensivas, aquellas que pueden sumarse y restarse,
es decir, elementos como el arroz, la arena, y magnitudes intensivas, aquellas
que no se suman ni restan. Magnitudes intensivas serían la densidad, la
velocidad, la presión, los colores. Por tanto, diría yo, un texto literario
posee, también, una magnitud intensiva que incluiría el sentido del texto, que
modifica su morfogénesis mediante metáforas, apropiaciones, transformaciones
sociales y de interpretación. Un texto, entonces, se convierte en un sistema
complejo y abierto.
Las nociones
de no linealidad, fluctuación, bifurcación y autoorganización son fundamentales
en la evolución de los sistemas complejos y, por tanto, lo son en la
construcción de textos literarios. Recordemos que entropía, en griego,
significa evolución, movimiento.
Me he puesto a
pensar en autores cuyas obras siguieran un modelo de construcción similar a los
procesos termodinámicos que muestran los sistemas complejos y, por tanto, son
generadores de entropía y me doy cuenta de que el propio Fresán o Enrique
Vila-Matas, cuyas obras se mueven en el no equilibrio de los géneros y proponen
«estructuras disipativas» sobre continuas fluctuaciones y bifurcaciones,
convierten sus textos en «genuina radicalidad de lo entrópico.»
Me he acordado
de Thomas Pynchon, autor de lo inestable, que escribió un relato titulado
Entropía (Entropy), donde un personaje dice: «—Sin embargo —continuó
Callisto—, encontró en la entropía, o la medida de la desorganización en un
sistema cerrado, una metáfora adecuada aplicable a ciertos fenómenos de su
propio mundo.»
También he revisado
un libro de César Aira, Evasión y otros ensayos donde el escritor habla
de Raymond Roussel: «Roussel —dice Aira—neutraliza las categorías habituales
del juicio, pone el azar al servicio de una formación lingüística.»
El propio
Vila-Matas, escritor entrópico ya mencionado aquí, ha reconocido cierta
influencia rousseliana al confesar que el «uso exasperado de citas
literarias distorsionadas ha funcionado como una sintaxis o modo de darle forma
a mis textos.»
Vemos, por
tanto, que existe una evidente afinidad constructiva y de funcionamiento entre
la creación literaria y los procesos entrópicos. Pero la pregunta es ¿podemos
sistematizar tal afinidad creando un modelo entrópico de interpretación
de los textos narrativos?
Me atrevería a
decir que sí. Y para ello hemos de regresar a Prigogine y resumir su ensayo El
desorden creador, título muy apropiado a nuestras intenciones.
«En el
equilibrio, la materia es ciega; lejos del equilibrio la materia ve.», escribe
Prigogine. Pura poesía, diría yo.
Según el
físico existen sistemas estables y sistemas inestables. La historia y la
economía son inestables. Karl Popper decía que existe la física de los relojes
(determinista) y la física de las nubes (no determinista). Entonces, digo yo,
la literatura es un sistema inestable y no determinista.
Todo esto,
afirma nuestro querido Prigogine, da pie a «la certeza de que podemos
reconciliar la descripción del universo con la creatividad humana. Es decir, un
diálogo entre las ciencias naturales y las ciencias humanas, incluidos el arte
y la literatura.»
¿Qué conceptos
deberíamos entonces tomar de la dinámica entrópica para entender la creación
literaria?
Uno de ellos
es el de atractores, que son estados hacia los que un sistema dinámico
evoluciona. Otro concepto sería el de estado atractor, que es el punto
final hacia el que tiende un sistema. Y otro más el de campo atractor,
representación que describe cómo evolucionan los estados posibles de un
sistema. Y a estos se les añaden las fluctuaciones, las bifurcaciones
y la no linealidad.
«La nueva
relación —dice Prigogine— hacia el mundo presupone un acercamiento entre las
actividades del científico y el escritor.»
Necesitamos un
respiro y, sobre todo, me doy cuenta, necesito la ayuda de un escritor, de
alguien que respalde mis intuiciones (que van siendo certezas).
Y creo haber
encontrado al mejor compañero. Se trata de Italo Calvino quien, con sus
palabras, nos dejará las cosas más claras.
Recordemos los
valores que Calvino, En sus seis propuestas para el próximo milenio
(Siruela, 1998), sugería como imprescindibles en la escritura: Levedad,
Rapidez, Exactitud, Visibilidad y Multiplicidad.
Ahora les
propongo un juego, como le gustaba hacer al mismo Calvino. Se trata de un juego
un tanto perequiano, no en vano ambos escritores, Calvino y George Perec
fueron miembros del OULIPO (Ouvroir de littérature potentielle), taller amigo
de la entropía.
En el texto de
Calvino sobre la Exactitud he añadido, en negrita, conceptos de la entropía,
que sustituyen a los de Calvino (en cursiva): «El universo se deshace en una
nube de calor, se precipita irremediablemente (irreversiblemente)
en un torbellino de entropía, pero en el interior de este proceso
irreversible pueden darse zonas de orden (nuevos estados),
porciones (estructuras disipativas) de lo existente que (mediante
atractores) tienden hacia una forma (nueva estructura),
puntos privilegiados (bifurcaciones) desde los cuales parece
percibirse un plan, una perspectiva (un campo atractor).
La obra literaria es una de esas mínimas porciones en las cuales lo existente
se cristaliza en una forma, adquiere un sentido (un estado),
no fijo (indeterminado), no definitivo (en no
equilibrio), no endurecido en una inmovilidad mineral (no determinista)
sino viviente como un organismo.»
¿Les parece
suficientemente esclarecedor? A mí sí.
Y es que
Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad y Multiplicidad no dejan de ser características
de la entropía. Bien lo intuyó Calvino, que, por cierto, había leído a
Prigogine y dedicado un artículo a La nueva alianza.
Pero si me
pongo a pensar —ahora, tras desarrollar este modelo— que la mayoría de los
autores a los que admiro han sido o son aquellos que en sus obras proyectan
esta dinámica gaseosa de la irreversibilidad, el no equilibrio, las estructuras
caóticas, las bifurcaciones y la no linealidad, me convenzo de que la índole
entrópica les confiere una estética singular.
Si me
interesan y leo con pasión autores contemporáneos como César Aira, Rodrigo
Fresán, Enrique Vila-Matas, Borges, Calvino, Gadda, Gombrowicz, Macedonio
Fernández, Nabokov, Roussel y unos pocos más, igualmente aprecio la dinámica
entrópica (avant la lettre) en El Quijote, en el Tristram
Shandy de Sterne, en Diderot, en La Comedia de Dante o en Rabelais.
El modelo, me
parece a mí, nos pondrá en la pista de las virtudes de un texto por su condición
más o menos entrópica, o si existe una estética literaria propia de textos
entrópicos, o qué autores y géneros son más proclives a comportarse con la
dinámica de la incertidumbre. Para ello habría que analizar algunas obras de
autores con la mirada del modelo entrópico. Pero de eso me ocuparé en otra
ocasión.
Por el momento,
la entropía es mi humilde propuesta de escritura para el milenio actual.
Publicado en Café Montaigne noviembre 2024